EL Colegio Mayor de San Ildefonso
La Universidad Complutense (Alcalá de Henares) fue un gran complejo compuesto por colegios menores, conventos, hospitales, imprentas y hasta una cárcel, que transformó la villa medieval en ciudad universitaria. Sin embargo, su símbolo es la maravillosa fachada plateresca de su Colegio Mayor, fachada retablo, conjunto de esculturas que configuran un museo de escultura al aire libre. Realizada en piedra caliza de Tamajón y superpuesta a la inicial de ladrillo, consta de tres pisos y cinco calles, la central más rica. Se realizó en los episcopados de Alonso de Fonseca, 1524-1534, y de Juan Tavera, 1534-1545, y se encargó a Rodrigo Gil de Hontañón, que había trazado la torre de la Magistral.
Al entrar en la plaza de San Diego es palpable la presencia de la historia y delante de la majestuosa fachada, de belleza hipnótica, se comprende la utilización del arte como medio de exaltación del poder. Este espacio es la belleza terapéutica de la población. Estos espacios son monumentales, pero, además, alquímicos, son espacios en los que te puedes transformar súbitamente. Su antigua función era precisamente esa, la de impresionar, la de epatar. Estos monumentos irradian una energía que contagia a los que los admiran.
Paseando por el monumento una mirada atenta y detenida vemos que en el primer piso está la entrada, ingreso en el saber, y cuatro ventanas con los padres de la Iglesia Católica. En el segundo piso, una importante ventana custodiada por dos alabarderos porque tras ella está la biblioteca, el símbolo del saber. En el medallón aparece San Ildefonso flanqueado por dos blasones de Cisneros, escudo que tomó la Universidad. Dos pares de columnas exentas enmarcan el conjunto, con dos atlantes sujetándolas. Las ventanas laterales tienen medallones de San Pedro y San Pablo. La fría piedra deja de ser un material para convertirse en algo inmortal y el espíritu que dormía aletargado en su interior vuelve a la vida.
En el tercer piso aparece el blasón de Carlos V, con el águila bicéfala timbrada con la corona imperial. Está rodeado por la orden del Toisón de Oro del que cuelga el Vellocino de Oro, y, a los lados, las columnas de Hércules ya con la leyenda “Plus Ultra”. Dos pares de pilares enmarcan dos figuras sobre las que surgieron discrepancias en la interpretación (Perseo y Medusa, Atenea, Andrómeda). Diez ventanales superiores simbolizan las tablas de la ley. En el frontón triangular, la figura de Dios Padre, y, rematando, cuatro figuras unidas por guirnaldas de frutas representan el paso del tiempo. En el vértice, la custodia, símbolo de Cristo, y en la balaustrada, doce antorchas símbolo del Espíritu Santo. Enmarcando el cuerpo principal, el cordón franciscano, con los nudos que significan los votos.
En estos momentos en que sólo ocupan la mente ideas de arte y recuerdos históricos, podemos permitirnos un examen minucioso, deteniéndonos a cada paso, asombrándonos de sus elevadas pretensiones estéticas, de su armonía proveniente de una rígida estructura simétrica, de su programa iconográfico cargado de complejo simbolismo, de sus pináculos apuntando al cielo como queriendo comunicar la ciudad con la bóveda celeste, de su armonía como fuerza primordial del universo y de su síntesis última, la belleza.
Esta fachada es una de las últimas construcciones con figuras mitológicas, ya que el Concilio de Trento, 1545-1563, las prohibió. Aquí aparecen figuras de Eros y Afrodita o Venus; se representan algunos de los doce trabajos de Hércules y también los atlantes son representaciones hercúleas, así como las columnas del tercer piso. Para San Agustín y para Erasmo, Cristo es Hércules, por lo que en la fachada hay una teoría de Cristo mediante la metáfora de Hércules. Hay referencias a Atenea, personificación de la Sabiduría y la Concordia, representando el alma racional.
Este magnífico retablo muestra el saber del Renacimiento. Mientras en la Baja Edad Media no se diferenciaba entre Fe y Saber, ahora por la puerta del estudio se llega a Dios. La Jerarquía está establecida: sólo Dios se encuentra sobre el Emperador y el tiempo, al lado del Creador, está por encima del estudio, de los hombres de la Iglesia y de los reyes. De la riqueza de elementos iconográficos pueden extraerse múltiples lecturas puesto que la fachada es un lugar simbólico, un pórtico, que plantea la razón de ser de la propia Universidad.
Se superponen, armonizados, tres programas diferentes: la Filosofía de Platón, la Teología de San Agustín y las ciencias universitarias. Según Platón, el alma humana se compone de tres niveles: el de los apetitos del mundo sensible (templanza como virtud, piso bajo, el pueblo, padres de la Iglesia), el de la fuerza o energía (fortaleza, dos soldados) y el mundo de las ideas (prudencia, dos figuras de Atenea). Para San Agustín, la Razón inferior es la Ciencia, las Artes: las cuatro perceptibles por los sentidos (Aritmética, Música, Geometría y Astronomía) en las ventanas del primer piso; las otras tres (Gramática, Retórica, Dialéctica), en el piso superior. Finalmente, está representada la Trinidad: Padre (frontón superior, teoría del creacionismo), Hijo (Crismón superior -XPX-), Espíritu Santo (flameros con llamas en la balaustrada superior).
El paso del tiempo da a estas obras de arte una nueva forma de belleza que los humanos no podemos soñar. Es la eterna juventud de las grandes obras humanas concebidas a la perfección -el arquitecto tiene el don de ver anticipadamente lo que no existe-, que ignoran lo que es envejecer y que no comparten el destino efímero de muchas cosas de este mundo.
Cisneros fundó la Universidad tomando como modelo la “polis ideal” de Platón y la Ciudad de Dios de San Agustín. La fachada es representación de la estructura social. En la cabeza la monarquía (escudo de Carlos V y los de Cisneros), arquitectura altanera por la pompa de su heráldica. Debajo la aristocracia eclesiástica (San Pedro y San Pablo, y el arzobispo de Toledo). En la base, el pueblo. El cordón franciscano, que pasa por debajo de la figura de Dios, representa la Caridad, que armoniza todos los grupos sociales.
El acto de la fundación de la Universidad es duradero como una obra de arte y estos esplendores renacentistas nos traen grandes recuerdos. La eterna vida del arte conservada en el monumento hace que constituya una realidad aparte, más perfecta, más pura, más ordenada que este mundo sórdido y vulgar. Por eso, entrar en la órbita del arte era y es acceder a otra vida, en la que no sólo el espíritu, también el cuerpo se enriquece y goza a través de los sentidos.
José Luis Salas Oliván
Vocal
AUDEMA (Alcalá de Henares-Madrid)