Momentos 47
Día de Nochebuena. Esta mañana me he encontrado la mirada más transparente de las que nunca había observado cuando alguien me ha hablado. El brillo, la limpidez de sus córneas, la quietud de los párpados antes de empezar a hablar, el ensanchamiento de su rostro, casi las lágrimas…
Con frecuencia entro en esa tienda de chucherías. Me gusta el colorido que llena sus estanterías: los verdes menta de las gominolas, coloreadas llaves picantes, ositos amarillos y rojos con azúcar, bolitas de rayas blancas y rojas, platanitos, moras granuladas negras y rojas, regalices, botellitas de cocacola de color negro y transparente.
La empleada es una mujer, todavía joven, no puede disimular la cara triste con la que ha llegado a trabajar a la tienda de chucherías. Por su aspecto, no ha conseguido desprenderse de las preocupaciones con las que se ha despertado.
Sonríe cuando le preguntas algo sobre dónde están las bolsas para rellenar, o cuando te dice lo que vale la bolsa de chuches que has cogido, -uno con sesenta y ocho céntimos, ¿la cierro?- No, le digo. No sabe que pienso guardarme la bolsa en el chaquetón e ir extrayendo poco a poco las chuches en mi paseo de la mañana.
Hoy, víspera de Navidad, la encontré con ojos llorosos. Presentaba una congestión próxima a la fiebre.
Atendía el puesto de venta de chuches, –uno con cincuenta y dos céntimos, dos euros con treinta céntimos. Cuando he entrado yo, una pareja de personas mayores con pintas de viejos hablaban entre ellos decidiendo qué iban a coger, qué les gustaba a su Ander y a su Natalita. Él quería coger de todos los colores y formas, –no, que no es bueno que coman tanto azúcar. La mujer triste les cobraba, contenta, –once euros con veinticinco céntimos. Había sido una buena venta. El hombre mayor se le acercó y le pidió dos besos por ser Navidad. Sonrió algo.
Como ya tiene confianza conmigo, me ha dicho que, al levantarse por la mañana, había notado que tenía fiebre, malestar, no se encontraba bien, seguramente había cogido la gripe, –tendré que tomar algo -me dijo.
Mira, acabo de comprar estas infusiones, -le enseñé la caja- buenísimas para la congestión y para contener la fiebre. Tienes que tomar tres sobres al día. Las venden en las herboristerías, le dije. No me quedé tranquilo.
Salí de la tienda y fui deprisa hasta mi amigo Felipe, el de la herboristería del barrio; puede que hoy cierre antes, es víspera de Navidad. Dame otra caja de Alphengraft, le pedí. Regresé a la tienda de las chucherías. Toma, esto te lo regalo, le mostré la caja, y si puedes, hazte ahora mismo una infusión, ya te he dicho que son muy buenas, te encontrarás mejor y mañana, que es Navidad, seguro que no tienes fiebre.
Ha sido la mirada más expresiva y agradecida que nunca había visto. Me sentí a gusto. Antes de salir de la tienda de chuches me besó y noté el calor de fiebre de su rostro. Pensé, me ha contagiado todavía más la gripe que arrastro desde que estuve con mis nietos esta última semana. Bueno, ¡qué más da!
En la calle caminé como sin peso, como si se me hubieran borrado un montón de pesares. Pensé, algo he debido hacer bien.
Extraje una llave picante y un regaliz. ¡Buenísimo!
Jesús Jáuregui Gorraiz
Socio de AULEXNA;
Asociación antiguos alumnos y alumnas del
Aula de la Experiencia de la UPNA,
Universidad Pública de Navarra.