Momentos (70) Releer la escritura
Este verano, la confluencia de diferentes escrituras me ha llevado a reflexionar sobre el “leer”. Me he reafirmado en lo que han supuesto y siguen representando los libros para mí. Como el pez que, tras una bocanada de aire, se sumerge de nuevo y aprecia qué es el agua.
En el mes de junio llegó a mis manos una joya; Irene Vallejo y su “Manifiesto por la lectura”. Editado por Siruela, de gozoso tacto, 65 páginas en tamaño octavilla forman este librito en el que Irene elogia la lectura de libros que se escriben, editan y se distribuyen, en un esfuerzo colectivo, histórico, y que son “…como bote salvavidas para nuestro tesoro de las palabras en los naufragios del tiempo”. En un breve prólogo, Marguerite Yourcenar consigna “el milagro trivial (del) descubrimiento de la lectura”. El libro de Irene Vallejo, de lectura agradable, con su escritura clara, tranquilizadora, hace que uno “siéntese acariciado con el alma”.
Vivian Gornick, en su libro “Cuentas pendientes”, me abrió, como a ella, el deseo de volver sobre los temas escritos por autores y autoras de otros tiempos, con la perspectiva de los cambios que en la Sociedad se han producido, en parte por el ímpetu de los libros y su lectura, y la visión del lector, la lectora y escritora en este caso, con unos años más de cuando los leyó. Es un ejercicio difícil y de grandes y sorprendentes hallazgos. La escritora descubre y constata en sus relecturas que, demasiadas veces, “La vida (transcurre) con la tapa puesta”. Y me ha llevado a leer los libros que refiere Vivian Gornick y a descubrir a Elizabeth Bowen, Doris Lessing, Colette, Natalia Ginzburg, escritoras de principio de siglo que plasmaron en sus libros, reconocidos tardíamente, el alma sensual de las mujeres. Y me ha llevado a reflexionar sobre el porqué la Sociedad hombruna era remisa a la expresión escrita por mujeres sobre la feminidad de la Naturaleza y “el sentir”, “el sens” tan poco valorado entre los humanos.
Y si la relectura es fructífera y gratificante, también este verano, he descubierto, con sorpresa, qué es leer aquellos títulos que sólo los citaban en las clases de Literatura. Encima de mi mesa tengo 1200 páginas, editado en papel cebolla y tipografía inferior al 9 –demasiado para mis ojos, aunque limpios de cataratas. Se trata de la novela “Los miserables”, de Víctor Hugo. Y descubro el estilo literario tan peculiar –sin florituras en sus descripciones, frases escuetas, palabras concretas, con la sola ayuda de los signos de la coma y el punto y coma para componer los párrafos. Y al mismo tiempo, la “ingenuidad” –por su forma novelada de tratarlos- de sus temas: la conciencia individual y la conciencia de la Sociedad sobre el bien y el mal, la virtud y el vicio, la justicia y la legalidad, la inteligencia y el instinto. Sobre todo, descubre que la bondad o la maldad de los hombres se sustentan y alimentan en “las miserias” que la propia Sociedad produce. Recuerda a Dostoievski, “la primera justicia es la conciencia”. Jean Valjean “se constituyó en tribunal y se juzgó”.
Leer “a la fresca” de una habitación oscurecida de “par de mañana”, bajo la higuera en la huerta, rodeado de silencio, con música, acompañado a ser posible. Leer en círculos de lectura, leer libros compartidos – con anotaciones y remarcados de párrafos que desnudan el pensar de quien te los presta. Leer y repartir lo leído, lo pensado mientras se lee. Y también leer y dejar de leer -¿qué me pasa? ¿Qué me pasa con este libro? Preguntas que llevan a indagarte ti mismo y a volverte sobre las páginas o las anotaciones que hiciste en anteriores lecturas.
Con la lectura, al igual que con el amor, hay que dejarse arrastrar. Y remansarse cuando el caudal de letras se detiene o el amor se colmata. Es la lectura el alimento reconstituyente de los náufragos, de los desasosegados, de los esforzados, de los desenamorados. Y es la lectura la gimnasia del pensamiento, de la memoria, del sentir. Es la sostenedora del tiempo que ya pasó. La lectura nos hace ver todo lo no acontecido –muchos hemos vivido la mitad- en nuestro pasado. Y cuando se lee “a la espera”, descubrimos la maravillosa palabra afirmativa: “Todavía”
Jesús Jáuregui Gorraiz
Socio de AULEXNA
Universidad Pública de Navarra.