Optimismo y un mundo en crisis
“Pensar que el futuro es de color rosa es algo tan biológico como las fantasías sexuales…. Apostar por la esperanza es tan natural en nuestra especie como andar con 2 patas”.
(Lionel Tiger, “El optimismo”, 1.979)
… Soy del grupo que se decanta por admitir que ni la Tecnología lo es todo, y sí que puede que aporte un futuro, cuando menos incierto.
Si volvemos la vista atrás y comparamos la muy carente vida de nuestros abuelos con la incertidumbre de hoy, me inclino a pensar que caeremos en la cuenta de que, aquéllos, con muchísimas menos cosas y menos posibilidades, fueron un puñado de valientes, intrépidos y que su visión de la existencia obedeció a cánones de mayor felicidad y de una esperanza más optimista de lo que habría que venir.
Salvo que llevemos el concepto de “optimismo” por bandera del pensamiento más positivo, la cruda realidad se impone. Y acaba cumpliéndose aquel dicho que reza: “Los pies encima de la tierra”.
No hace mucho vivimos el inicio del interrogante energético, del que podemos afirmar que ni sabemos cómo acabará, tampoco como acabaremos y que ello, juntamente con el cambio climático, etc. parecieran abrir cualquier escenario menos el de un porvenir que invite al optimismo. Nada similar a lo que, como ya apunté, aconteció a nuestros ancestros.
En su libro “La sociedad del cansancio”, su Autor, el Sr. Byung-Chul Han (Corea del Sur), se inclina por pensar que cada época tiene sus enfermedades emblemáticas. La época bacterial tocó a su fin con la invención del antibiótico. Tampoco vivimos en la época viral. Quedó atrás con la técnica inmunológica. Y el comienzo del Siglo XXI no sería ni una ni otra, sino “neuronal”.
¿Ha cambiado, pues, el concepto de optimismo? Y de serlo, ¿cómo es ahora y qué aporta?
¿Tal vez hemos abierto, al pairo de los acontecimientos, un nuevo y desconocido crucigrama que ya no se resuelve por los medios que conocemos?
¿El ser humano, común y corriente, se plantea el optimismo? ¿O bien se va acomodando a un pensamiento impuesto desde otros ámbitos, que le vuelven conformista, aunque no esté de acuerdo con los postulados?
¿Cómo verán las generaciones venideras lo simple que es la vida? Y, ¿cómo lo aceptarán? Tal vez caerán en un catastrofismo aún más profundo que, nosotros, atisbamos desde ya.
¿Surgirá algún grupo de pensadores que haya analizado, en profundidad, la marcha de la Humanidad, sus guerras y lo poco que hemos aprendido de sus resultados? Diría que sería de desear.
O, ¿puede que se vuelva marcha atrás, al darnos cuenta de que, con todo, lo único que hemos conseguido es entrar en un callejón sin salida?
Que los populismos le tienen utilidad a unos pocos, que no resuelven las cuestiones más primarias. Que destruir un sistema de creencias, incluso de lo metafísico, no construye.
Y que, en definitiva, la máquina no se construye a sí misma. La construimos. Y que la utilidad que tenga o pueda tener se la damos los humanos.
Que, detrás de tanta Tecnología por sofisticada que resulte, debe primar un cerebro que piense adecuadamente y resuelva.
Que la reflexión debiera llevarnos a sopesar que esa tranquilidad del interior, alberga ese optimismo que hizo de la propia Humanidad, mejores personas, mejores relaciones interpersonales, que llevó para adelante el hecho de superar enfermedades, etc.
Y, concluyo, asimismo pienso que apoyar la estructura sólo en el tecnicismo tiene el tope marcado. ¿Dónde? Es cuestionable. Me gustaría que fuese en una recuperación del Optimismo más tradicional. Y que, quien no sepa qué es, al menos que lo experimente y vea los resultados.
Carlos LLoréns Fernández
Asociación Aulas de Formación Aberta.
(Campus de Vigo) Universidad de Vigo