Otoño
José Luis Salas
El equinoccio –que no es un evento de un día- de otoño, cuando tenemos las mismas horas de día que de noche, marca el comienzo del otoño. Las noches se alargan y los días se acortan hasta llegar a la noche más larga, el solsticio de invierno. Es el periodo entre el 23-23 de septiembre y el 21-22 de diciembre. Tanto los animales, algunos de los cuales recogen alimento preparándose para el invierno, como las personas, respondemos al otoño, estación ambivalente quizá como ninguna otra.
Después del verano, lleno de estímulos exteriores, la disminución de luz diurna, los días más cortos y el frío influyen en el estado de ánimo e invitan a quedarse en casa puesto que sentimos una necesidad de recogimiento. Se dice que es la estación de los poetas y también puede ser un momento de gran fertilidad en las personalidades creativas. Después del ajetreo veraniego, en el otoño recobramos la calma, el centro del cosmos. Al igual que los árboles, al caerse las hojas, regresan a su raíz, las personas regresamos a nuestro ser. Mientras la vida parece enterrada, mientras hay un desmoronamiento fuera, se enciende una luz interior, una hoguera dentro, con las semillas que son promesas de vida.
Cuando los árboles se vuelven otoño, la vida es como el silencio otoñal. Es la vida habitada por el silencio hasta la llegada de la primavera. Por eso, cuando la vida se apaga, es evidencia de la muerte y será evidencia de la vida siguiente del renacer. Las hojas de los árboles caen y el bosque se vuelve transparente. Parece que se detienen los deseos y cesan las expectativas. Las hojas caen para renovarse y extender la vida a través de las semillas. Pero es una estación recatada, interior, oscuridad, mientras la primavera es exterior, es un inmenso grito de la naturaleza.
La caída de la hoja es lo que caracteriza al otoño, pero sólo de los árboles caducifolios. Las hojas adquieren un color amarillento o marrón y caen al suelo al secarse. Los árboles caducifolios quedarán desnudos en el invierno. Simbólicamente esto se asocia a la madurez, al reposo o al ocaso de la vida, se habla del otoño de la edad o de la existencia. Pero en este mundo marrón también hay algún otro color, pensemos en el crisantemo. Pero todo esto, aun siendo verdad, no tiene que ver con nosotros. Este maravilloso espectáculo de la naturaleza que es el otoño merece verse. No nos quedamos en casa, sino que salimos a pisar las alfombras de hojas caídas que tapizan las calles, o al campo. Si el año pasado fue Irati, este año es Ordesa.
Extasiados ante la variedad de colores que estimulan nuestra retina no nos interesa especialmente la explicación científica, el proceso físico-químico que los produce, la fotosíntesis. Las plantas utilizan la energía solar para este proceso, mediante el que fabrican la clorofila, que les da el color verde, y los alimentos que necesitan. Como en otoño e invierno hay menos horas de luz solar y temperaturas más bajas, se detiene el proceso, las hojas se vuelven amarillas y caen por falta de nutrientes. Los árboles quedan en estado latente, sobreviven. Pero al desaparecer el color verde aparecen otros que han estado allí sin verse, enmascarados, los amarillos, anaranjados, rojos, etc.
Durante el año, el color gris domina las cumbres calcáreas, y los tonos pardo-rojizos en las areniscas calcáreas de Ordesa. El verde tapiza los fondos de valle y las laderas boscosas hasta que la altura lo permite. En invierno domina el color blanco, aunque queda algo de toque cobrizo del quejigar. Pero el otoño posee una paleta de colores muy particular y distintiva: ocres, amarillos, rojos, marrones, se mezclan en los paisajes. Las hojas de los árboles tienen tonos amarillos y naranjas en su pigmentación, que se revelan durante esta época. El despliegue de colores en el otoño que rinde al visitante: del amarillo al marrón del abedul, los tonos cobrizos de los avellanos, del fuego al púrpura de roble. Es el broche de oro de las estaciones, dependiendo de cada especie el momento en el que los árboles comienzan a decolorarse, y en el campo es el momento ideal para orientarse porque el sol sale precisamente por el Este y se pone por el Oeste.
En un día lluvioso, desde Torla se ve cómo el Mondarruego sale fantasmagóricamente de la niebla, de las nubes bajas. En el Puente de los Navarros giramos a la izquierda y, tras unos kilómetros de pista en no mal estado, se llega a San Nicolás de Bujaruelo siguiendo el curso del río Ara. Quedan los restos ruinosos de la iglesia y el puente, ambos románicos. Una buena pista nos conduce río arriba hasta el desvío, a la izquierda, del valle de Otal. A la derecha, siguiendo siempre el Ara, se va al valle de Ordiso, con el gigantesco macizo del Vignemale (3398 m) a la derecha. Todo parece una belleza pasada, como si el otoño nos hablara de las cosas que hemos perdido. “El otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno” (George Sand).
Recorremos la zona admirando la impresionante belleza del coloreado paisaje en estas fechas, antes de volver sobre nuestros pasos y, nuevamente en el Puente de los Navarros, seguir hasta Ordesa, que también se ha vestido de otoño, situación que no dura muchos días y que hay que aprovechar para guardar este gran cuadro en nuestras retinas. La Pradera, inicio de todas las rutas, con el Tobacor de frente, y el Tozal del Mallo y Punta Gallinero a la izquierda; a la derecha la Sierra de las Cutas con la Faja de Pelay. Después de un tiempo de nubes muy bajas, aparece entre las nubes el mirador de Calcilarruego, en la Senda de los Cazadores. El cielo está muy nublado, muy gris, pero en esta estación se mira a la tierra, a los árboles, en los que se ve el oro del otoño. El fuego del otoño quema el bosque.
Todas estas maravillosas peculiaridades cromáticas no dejan indiferente a nadie y menos a los artistas, que han plasmado la fascinación por los tonos de esta estación, colores cálidos, rojos, ocres, amarillos, con elementos concentrados y calientes, en oposición a elementos fríos y ambientales: Claude Monet (Otoño en Argentouil), Dimtrievich Polinov (Otoño de oro), Camille Pissarro (Otoño en el boulevard de Montmartre), Connie Tom (Lago de la montaña), Vincent Van Gogh (Otoño), etc.
“El otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor” (Albert Camus).
José Luis Salas Oliván
Asociación Universitaria de Alumnos
AUDEMA, Alcalá de Henares