Algunas claves para resistirse a envejecer
Todos envejecemos, no podemos evitarlo, pero podemos influir positivamente en la manera en que respondemos al avance de la edad. Sin embargo, no recibimos mucha preparación para atravesar con éxito las transiciones a las que nos enfrentamos a partir de los 50. Conocer los aspectos positivos del envejecimiento y las respuestas creativas a los desafíos que tenemos que superar nos ayudarán a optimizar los recursos y talentos que conservamos. Además, tenemos la oportunidad de cultivar las cualidades que se desarrollan con la edad y de encontrar alternativas que compensen las limitaciones que inevitablemente experimentamos.
No hay un manual del buen envejecer que sea aplicable a todos los mayores. Envejecemos a ritmos distintos, tenemos diferentes estilos de vida y existen múltiples pautas para vivir una vejez plena y saludable. La mayoría respondemos de acuerdo con nuestras historias previas de vida, nuestra personalidad y los contextos sociales e históricos en los que nos movemos. Pero a todos nos conviene tener presente que vivir una vejez satisfactoria depende menos de nuestros genes que de nuestros hábitos y conductas.
Envejecer satisfactoriamente requiere, por nuestra parte, interés y esfuerzo. El objetivo es vivir sanos y felices los años que la longevidad actual nos permite, lo que implica hacer frente a déficits y enfermedades, pero también saber aprovechar las oportunidades que la vejez nos aporta y las que podamos crear. El fin último es disfrutar del privilegio de estar vivos y seguir completándonos como personas. Lo podemos conseguir con apoyo social, circunstancias favorables y el amor y cuidado de nuestros allegados. Los nuevos avances médicos y las ofertas de programas para la realización personal y el ocio nos proponen vías para conservar la salud y disfrutar que generaciones previas no tuvieron a su alcance.
Cuando hablo de resistirse a envejecer no pienso en tratar de negar como nos afecta el paso del tiempo y seguir actuando como si no hubiéramos cambiado. Al contrario, quiero proponer que, a la vez que aceptamos como nos vamos transformando, potenciemos aquellas capacidades que nos ayuden a sobreponernos a pérdidas y disfunciones y a mantenernos activos y socialmente conectados. Lo que somos no solo está determinado por el paso inexorable del tiempo, sino por cómo respondemos a lo que nos ocurre.
Autores y autoras que estudian el envejecimiento nos advierten del riesgo que corremos de reducir nuestros intereses, anclarnos a viejas costumbres y evitar riesgos. Para resistirse a esas dinámicas negativas recomiendan recurrir a “la juventud del corazón”. Se trata de reconectar con cualidades del pasado que, aunque transformadas, conservamos internamente. Cultivar, de manera apropiada a nuestra edad, aquellas pasiones y capacidades que nos conectan con el mundo y nos impulsan a seguir adelante. La psicoanalista Danielle Quinodoz (1) lo expresa así: “(envejecer)… intentando guardar de una manera preciosa, en sí mismo, cada una de las edades de la vida … Integrar la infancia y la adolescencia supone disfrutar de sus cualidades: la capacidad para ensimismarse, jugar, asombrarte ante el presente, maravillarse frente a lo desconocido, disfrutar de la ignorancia que permite ser curioso”. Integrar mentalmente todas las etapas precedentes no resulta en que el mayor se crea joven, más bien necesita aceptar que no lo es para lograrlo. Es un diálogo interior que contribuye a cerrar el ciclo de la vida como un todo y nos aporta armonía.
Para mantenernos vivos necesitamos un propósito. Debe de tener un objetivo que movilice nuestras habilidades, pero no ser tan exigente que nos frustre y lo acabemos abandonando. Un proyecto nuevo suele estimular recursos que no se han practicado tanto y generar nuevas energías. Los mayores mostramos más juicio, visión de conjunto y más capacidad para resolver problemas basándonos en la experiencia, una sabiduría que podemos utilizar para liderar cualquier proyecto, individual o colectivo. También mejoramos en nuestra disposición a llevarnos bien, a trabajar en equipo y a preocuparnos por cuestiones humanitarias, lo que favorece la participación en programas de voluntariado o tutorías con generaciones más jóvenes. Está demostrado que tener incentivos y compromiso disminuye el estrés, aumenta las hormonas que controlan el estado de ánimo y refuerzan la salud cognitiva y el sistema inmune. Especialmente cuando hacemos algo que nos gusta.
Otra de las claves para vivir una vida más larga es estar socialmente conectados. Los mayores tendemos a favorecer las emociones positivas y a mantener relaciones más sólidas. En nuestra mano está aprovechar ese potencial para ser más comprensivos y tolerantes, olvidar viejos resentimientos y pasar momentos preciosos con las personas queridas. Familiares y amigos que nos estimulen a crecer, a ampliar nuestros horizontes y que nos acompañen en los momentos difíciles.
Los mayores podemos utilizar un mecanismo psicológico que los expertos llaman: “optimización selectiva con compensación”. Se refieren a optimizar ciertas actividades u objetivos, percibidos de forma realista, para compensar las limitaciones y deficiencias que nos afectan. Nuestro propio cerebro compensa sus pérdidas gracias a que mantiene hasta el final la capacidad de organizarse. Así que cada uno de nosotros tiene la opción de potenciar sus recursos y los de su entorno, para minimizar el impacto negativo del avance de la edad.
Por ejemplo, la pérdida del trabajo, con la jubilación, puede compensarse con una mayor disponibilidad del tiempo. Al liberarnos de las obligaciones laborales tenemos la ocasión de cambiar nuestra manera de estar en el mundo. Puede ser el momento para iniciar nuevas actividades o relaciones, saborear lo que el presente nos brinda, ser más permeables a la belleza y a sensaciones que previamente no habíamos percibido, etc. Muchas jubiladas a las que entrevisté (2) afirmaron que después de estar tantos años pendientes de las necesidades de otros, estaban priorizando sus propios deseos.
Sentir gratitud por lo que conservamos o por lo que adquirimos sustituyendo a lo perdido, hace más fácil envejecer. Consiste en apreciar y disfrutar lo que se tiene y hacer algo positivo con ello. La capacidad de sentir agradecimiento se cultiva valorando pequeños gestos, reconociendo los frutos de la buena suerte o alegrándonos ante la ausencia de problemas. Dirigir nuestra mirada hacia lo bueno que tenemos, ver el vaso de la vida medio lleno, influye en nuestro estado de ánimo, la salud y la sensación subjetiva de bienestar.
El declive físico puede también compensarse con el crecimiento espiritual, un viaje hacia el interior de uno mismo. Utilizar la vejez como una etapa para la reflexión, para establecer un diálogo con uno mismo aprovechando que, a partir de la edad adulta, el cerebro presta más atención a contemplar nuestros propios pensamientos que a recoger información del exterior. C G. Jung (3) en su concepto de individuación describe cómo en la primera parte de la vida “la energía puede usarse más para dominar el mundo que para explorarse uno mismo”. Los mayores, sin embargo, podemos compensar la merma de actividad con la oportunidad de profundizar en nuestro autoconocimiento, aceptarnos con nuestras virtudes y limitaciones y aprender a amar mejor a nuestros próximos. En definitiva, llegar a ser más uno mismo.
Como muchos otros creo que hay algo paradójico en envejecer. Mientras el cuerpo decae, el corazón y el espíritu pueden conservar o recuperar su juventud, no imitando los años más jóvenes, si no tratando de compensar las pérdidas y abrazando las oportunidades que esta etapa nos ofrece. Quiero despedirme con unas palabras de la escritora norteamericana Edith Wharton (4) que sintetiza bellamente lo que he intentado comunicar: “A pesar de la enfermedad y del archienemigo, la pena, uno puede mantenerse vivo más allá de la edad habitual de desintegración, si no teme al cambio, mantiene una curiosidad intelectual insaciable, se interesa por cuestiones importantes y es feliz de mil pequeñas maneras”. ¡Que así sea para todos!
- Quinodoz, D. (2008): “Viellir, une découverte”. Paris: Presses Universitaires de France.
- Freire, B. (2017): “La Jubilación, una nueva oportunidad”. Madrid: LID EDITORIAL.
- Jung, C.G. (2002): “El Hombre y sus símbolos”. Buenos Aires: Biblioteca Universal.
- Citado en Conley, C. (2018): “Wisdom @ Work. The making of a Modern Elder”. New York, Crown Publishing Group.
Dr. Bartolomé Freire Arteta
Psiquiatra jubilado