El recuerdo. El valor afectivo/emocional
Se me ocurrió este artículo, queridos lectores, cuando finalizaba el mes de Agosto.
El verano parece estar impregnado de un tinte distinto. Da la impresión de que no perteneciera al curso de nuestras vidas habituales.
Lo ansiamos por varios motivos. Resulta ser el final del período académico y el inicio de las vacaciones. Podríamos acompañarlo de otros aditamentos: mejor clima, ampliación del tiempo al aire libre, la playa, los viajes, etc.
Por otro lado en la carpeta de los recuerdos se nos archivan las vivencias que compartimos con los demás y de aquéllas que guardamos celosamente para nosotros mismos. Ésas que no deseamos compartir.
Los buenos recuerdos como los no tan buenos, en ocasiones no nos concuerdan con los proyectos esgrimidos o imaginados. No casan exactamente en las perspectivas y dan como resultado esa especie de decepción que no terminamos de encajar.
Al buen momento pasado, recordado a “posteriori”, se une inexorablemente el saber que no se repetirá. Y aunque lo intentásemos no será exactamente aquel momento y además se cumple aquello que dice “nunca segundas partes fueron buenas”.
Durante la canícula, en una gran proporción, cambiamos los entornos, convivimos con otras personas, el paisaje, en definitiva, es diferente y las situaciones también.
Quizá lleguemos a pensar que –en cierta manera- nos sentimos como “abandonados”, que el alrededor nos es hostil y consecuentemente los recuerdos y nuestro clima emocional/afectivo no van de la mano.
Posiblemente desearíamos tener a mano un salvavidas para asir lo que nos falta. No ocurre así, lo sé.
Y cuando avistamos el retorno a nuestra cotidianeidad, estoy seguro de que nos sentimos mejor. Volvemos al decorado habitual, al que –por otro lado- estamos más hechos y más acostumbrados. Se disipa esa niebla que turbó nuestro interior. Se desdibujan las zonas de sombra vividas a pleno sol y se tranquiliza nuestro estado afectivo, seguramente porque lo volvemos a acondicionar en la autopista conocida de nuestras vidas.
Creo que me siento como muchos de Udes. No me encuentro cómodo en esa catarsis, en esa diáspora en la que se embarcan los seres conocidos. Volvemos a navegar con las mismas
Cartas Náuticas que nos son conocidas, en mares menos tumultuosos y entramos, a conciencia de ello, en aguas tranquilizadoras.
Septiembre tiene para quien les escribe, un tinte distinto. Es como menos alocado y más compatible con las formas de ser. Aglutina más que separa. Es como un mes más juicioso, con menos bullicio y sin tantas idas y venidas, digestión ésta, que se nos antoja lenta y pesada.
Así ocurre un año tras otro. Nadie se ha ocupado de inventar o descubrir algo que cambie esta situación. O sí, porque situaciones las hay para gustos exigentes.
Afrontar la entrada del otoño viene como gestada de antemano.
Y, soy consciente también, de que las cosas ruedan de distinta manera en las distintas etapas de la vida. Las tempranas son “campanilleras” por su propia naturaleza. Y es esta misma naturaleza quien se encarga de irnos “transformando”, moldeándonos a cada instante, aunque no nos demos cuenta de inmediato y tengan su sentido con el transcurrir del tiempo.
Al final todo se habrá resumido en un álbum de recuerdos o de experiencias de hecho.
¿Para qué valdrán?. ¿Qué sentido tendrán?.
No lo sabremos de inmediato. Deberemos esperar a que el propio tiempo haga su trabajo. Se cumple aquello de que nada es como comienza y sí como termina.
Por ello recomiendo, sugiero que cuando echemos mano del expediente y releamos los resultados, que éstos sean de calidad excelente.
¿Qué se precisa para ello?.
Tal vez transitar por sendas conocidas y aprender de los errores pasados. No retornar a pisar por aquellas arenas cuya evocación nos traigan a tiempo de presente, experiencias ingratas.
También de dotarnos de agilidad personal para evocarlo.
Nada como una personalidad fuerte, disciplinada, un alejamiento de la “ley del mínimo esfuerzo”.
No surtirá efectos “ya”. Eso también lo sé.
Siempre será preferible estar con el billete comprado de antemano que aventurarnos a comprarlo a última hora, además, puede que no haya plaza y encima tengamos que quedarnos “en tierra”.
Ha sido, una vez más, un placer compartir con Udes. este espacio de tiempo.
CARLOS LLORÉNS FERNÁNDEZ.
Asociación de Alumnos del Programa de Mayores
“Aulas de Formación Aberta”
Universidad de Vigo
Campus de Vigo