El valor emocional de los recuerdos
Remedios Seijo
Quiero hacer un pequeño relato de las emociones que uno siente a lo largo de nuestra vida.
No se si a vosotros os ha pasado alguna vez, pero cuando yo era mucho más joven, y qué quede claro que lo sigo siendo, tuve la gran suerte de ser una viajera empedernida. Supongo que eran los genes, se dice que los gallegos nacemos con una maleta debajo del brazo o que llevamos la sangre en el ferrocarril.
Pero bueno, el caso es que yo viajaba por unas cosas u otras, y no paraba.
En esa época lo típico era traer “recuerdos” por donde uno pasaba. Aún no se había hecho famosa la palabra “suvenir” traías recuerdos para todos, para ti, la familia, los amigos, en una palabra, casi lo pedía el protocolo, la urbanidad cotidiana como decíamos en aquellos tiempos. Comprábamos, nunca pensando donde lo íbamos a poner. Que pasaba, que aquella figurita de barro que representaba a la diosa Atenea comprada en el barrio de Plaka de Atenas y que nos había parecido preciosísima en medio de todas las baratijas, al final cuando llegas a casa y la colocas en el salón ves que es una baratija más.
Qué pasa con el collar de cuentas azules comprado en el Gran Bazar de Estambul que te lo venden por turquesas y son cuentas de plástico y, ya con la calma de la vuelta a casa, veía que ponía “Made in Taiwan” en una esquina de la etiqueta. ¡Qué desilusión”
Y de eso podría decir muchas y muchas cosas más ¡Qué decir tiene que están todas en cajas!!!
Eso me desgastó tanto que, poco a poco, me entraba terror cuando alguien te decía que te traía un “recuerdo” de algún sitio. Qué compromiso, hasta sentía la obligación de ponerlo en el mejor de mis rincones para no hacerles un feo.
Pero el tiempo pasa y las cosas van cambiando, los amigos hoy en día te suelen pedir un imán y cada vez menos, ya que el resto lo encontramos en cualquier semana China o lo que se tercie de los grandes almacenes, o lo encargamos por internet, si nuestro reciclaje informático ha tenido lugar.
Ahora tenemos que vivir el día a día, nadie te pide las fotos del viaje que hiciste un día, te dicen Mami, abuelita, envíame fotos de Estambul por el WhatsApp. Vamos que es lo que quieren, vivir contigo, y no digas que no, corres el riesgo que te llamen tus nietos analfabeta digital.
Pero lo que si siento es que los mejores recuerdos son las vivencias vividas de momentos especiales que, te inundan de vez en cuando de memoria de sabores incomparables, de sensaciones únicas de esos viajes que disfruté por el mundo.
Uno que recuerdo con mucho esmero es un viaje que hice de tres días a San Petersburgo, la fascinación de aquel Museo el Hermitage, inaugurado en 1764 con aquellos suelos de madera que sentías esa emoción que parecía que volaba, luego por la noche en una fiesta, con un bar de hielo y el servicio de vodka servido por unas camareras rusas que acomplejaban por su belleza.
Otro que no podré olvidar nunca aquella noche de Venecia, por sus canales, en aquella lancha, descubriendo algo especial en cada esquina y al final del trayecto un maravilloso palacio en donde nos recibía un Pierrot que parecía recién salido de la película de Casanova o de una fiesta del carnaval Veneciano del siglo XIX.
Esos Museos como el Palacio Ducal, pero en esta ocasión a mí me impresionó mucho el palacio barroco Ca´Rezzonico, es uno de los edificios más bonitos de Veneciaque. Está situado en el Canal Grande, empezó a construirlo el artista Baldassarre Longhena en 1667 pero, en 1934, ya pasó a manos del Ayuntamiento que lo transformó en el Museo del Settecento Veneciano; su mayor atractivo es el Salón de Baile. El techo de la sala tiene la alegoría nupcial
Y por su puesto los viajes a París, donde pude disfrutar y sentir esas emociones de sus Museos, el Louvre con su Gioconda, el Museo Rodin, el Centro Pompidou, Centro de Arte Moderno y tantos otros.
¿Qué puedo decir de su gastronomía? donde esos grandes restaurantes con sus Chef de la época, como La Topur de Argen que preparaban unos manjares impresionantes y, para terminar el día, sus musicales siempre a flor de piel en el Paris bohemio del barrio de Montmartre.
Esos todos son recuerdos, pero que recuerdos, que sensaciones, emociones que he vivido a lo largo de estos años que nunca podré olvidar, que están en mi memoria, a flor de piel.
Vivencias que no se pueden olvidar y como vulgarmente se dice “que me quiten lo bailao”.
O mejor, tomando prestado en título del libro de las memorias de Neruda “Confieso que he vivido”, francamente momentos muy especiales gracias a mi marido y un montón de amigos que tengo por tondo el mundo.
También como decía Marco Valerio Marcial:
“Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces”
Gracias al arte y la gastronomía he podido vivir todas esas emociones que hoy plasmo en esta simple hoja de papel.
No olvidemos nunca el Valor Emocional de los Recuerdos.
Remedios Seijo
Vocal de la Junta Directiva
Coordinadora Exposiciones y museos
Universidad Carlos III – de Colmenarejo