El Volcán Popocatépetl
En estos días de principios de febrero, se han conocido en España noticias preocupantes de la peligrosa actividad del majestuoso volcán mexicano Popocatépetl,, (familiarmente conocido por el Popo por los mexicanos) situado a 5.500 m. de altitud, de aspecto cónico perfecto y en cuyas laderas más altas se suele acumular gran cantidad de hielo y nieve; su situación preeminente le sitúa junto a otra menor montaña de la cordillera central de México, cuyo nombre se conoce como Paso de Cortés, en honor de nuestro ilustre conquistador español de aquellas tierras.
Este hecho me induce a recordar algún episodio de la historia de la Nueva España, cuando Hernán Cortés se encontraba conquistando aquellas tierras, próximas al citado volcán. Allá por el año 1520, Hernán Cortés ya había fundado la Villa Rica de la Veracruz y se propuso abandonar la costa para adentrarse al interior de México y conseguir la conquista de Tenochtitlán, feudo principal del imponente rey Moctezuma.
El camino recorrido por Hernán Cortés, y su pequeño ejército de españoles, hasta llegar conocer a Moctezuma, estuvo lleno de difíciles y cruentas guerras que superaron con gran sacrificio, pacificando el camino y haciendo ventajosos acuerdos con las tribus de los indios totonacas de Cempoala y sobre todo, con los muy aguerridos indios del valle de Tlaxcala, que tanto contribuyeron a la conquista del pueblo mexica, gobernado por Moctezuma.
Los historiadores españoles y mexicanos nos relatan las costumbres y la vida social de los indios, de todas estas tribus que conquistó y pacificó Hernán Cortés. En uno de los episodios históricos, que nos escribe Antonio de Solís y Rivadeneyra , gran historiador español, nos relata cómo los indios Tlaxcala estaban atemorizados con las frecuentes humaredas y llamaradas del volcán Popocatépetl y que por respeto y miedo a las profecías de sus dioses, nunca se atrevieron a aproximarse y conocer de cerca esta montaña. Hernán Cortés, intentando demostrar su valor envió a uno de sus más valientes capitanes, Diego de Ordaz, a reconocer esta montaña, al objeto de destruir sus idolatrías. Se convirtió así este soldado español en el primer europeo de la historia en ascender hasta la misma boca del volcán Popocatepetl. Antonio de Solís nos relata este episodio, en su obra citada, con una maravillosa e inocente descripción de la erupción del volcán, con estas palabras: (Textual)
Sucedió por este tiempo un accidente que hizo novedad a los españoles y puso en confusión a los indios. Descúbrese desde lo alto del sitio donde estaba entonces la ciudad de Tlascala el volcán Popocatepec, en la cumbre de una sierra, que a distancia de ocho leguas se descuella considerablemente sobre otros nombres. Empezó en aquella sazón a turbar el día con grandes y espantosas avenidas de humo, tan rápido y violento, que subía derecho largo espacio del aire sin ceder a los ímpetus del viento, hasta que perdiendo la fuerza en lo alto se dejaba espaciar y dilatar en todas partes, y formaba una nube más o menos oscura según la porción de ceniza que llevaba consigo. Salían de cuando en cuando mezcladas con el humo, algunas llamaradas o globos de fuego que al parecer se dividían en centellas, y serían las piedras encendidas que arrojaba el volcán, o algunos pedazos de materia combustible que duraban según su alimento.
Continúa su relato, exponiendo los temores de los indios, de la siguiente manera:
No se espantaban los indios de ver el humo por ser frecuente y casi ordinario en este volcán, pero el fuego, que se manifestaba pocas veces, los entristecía y atemorizaba como presagio de venideros males, porque tenían aprendido que las centellas cuando se derramaban por el aire y no volvían a caer en el volcán, eran las almas de los tiranos que salían a castigar la tierra, y que sus dioses cuando estaban indignados se valían dellos como instrumentos adecuados a la calamidad de los pueblos.
Hernán Cortés, expuso sus reparos idólatras a los indios que le acompañaban, dándoles a entender sus errores con que tenían desfigurada la realidad; en esos momentos el capitán Diego de Ordáz pidió a Cortés que le autorizara subir al volcán y comprobar “todo el secreto” de aquella situación:
Espantáronse los indios de oír semejante proposición, y procurando informarle del peligro y desviarle del intento decían: “que los más valientes de su tierra solo se atrevían a visitarle alguna vez unas ermitas de sus dioses que estaban a la mitad de la eminencia, pero que de allí en adelante no se hallaría huella de humano pie, ni eran sufribles los temblores y bramidos con que se defendía la montaña”.
Diego de Ordaz se encendió más en su deseo con la misma dificultad que le exponían y: Hernán Cortés, aunque lo tuvo por temeridad, le dio licencia para intentarlo, porque viesen aquellos indios que no estaban negados sus imposibles al valor de los españoles, celoso a todas horas de su reputación y la de su gente.
Acompañaron a Diego de Ordaz dos soldados de su compañía, y algunos indios que le acompañaron hasta las citadas ermitas, compadeciéndose de la próxima muerte de los españoles.
Antonio de Solís, continúa describiendo la montaña, sus paisajes y la ascensión, hasta la cumbre, del valiente Diego de Ordaz:
Es el monte muy delicioso en su principio, hermoseándole por todas partes frondosas arboledas, que, subiendo largo trecho con la cuesta, suavizan el camino con su amenidad, y al parecer con engañoso divertimento llevan al peligro por el deleite. Vase después esterilizando la tierra, parte con la nieve, que dura todo el año en los parajes que desampara el sol o perdona el fuego, y parte con la ceniza, que blanquea también desde lejos con la oposición del humo.
Quedáronse los indios en la estancia de las ermitas, y partió Diego de Ordaz con sus dos soldados, trepando animosamente por los riscos y poniendo muchas veces los pies donde estuvieron las manos, pero cuando llegaron a poca distancia de la cumbre, sintieron que se movía la tierra con violentos y repetidos vaivenes, y percibieron los bramidos horribles del volcán, que a breve rato disparó con mayor estruendo gran cantidad de fuego envuelto en humo y ceniza, y auque subió derecho sin calentar lo transversal del aire, se dilató después en lo alto, y volvió sobre los tres una lluvia de ceniza tan espesa y tan encendida, que necesitaron de buscar su defensa en el cóncavo de una peña, donde faltó el aliento a los españoles, y quisieron volverse, pero Diego de Ordaz viendo que cesaba el terremoto, que se mitigaba el estruendo y salía menos denso el humo, los animó a adelantarse y llegó trépidamente a la boca del volcán, en cuyo fondo encontró una gran masa de fuego, que al parecer hervía como materia líquida y resplandeciente, y reparó en el tamaño de la boca, que ocupaba casi toda la cumbre y tendría como un cuarto de legua su circunferencia.
Mucho sorprendió a los indios la hazaña de los españoles; este descubrimiento del volcán Popocatepetl sirvió posteriormente a Hernán Cortés, cuando tuvo necesidad de fabricar pólvora para sus armas para obtener el azufre necesario para su fabricación. A nuestro héroe, Diego de Ordaz, le concedió el rey que, en su escudo de armas, apareciera un volcán.
Aquí finaliza la descripción de este impresionante episodio de nuestra Historia, tan desconocido por los españoles. Ha servido la reciente y preocupante noticia de la actividad del volcán Popocatepetl, para que recordemos a nuestros ilustres y desconocidos valientes españoles que conquistaron ese grandioso país mexicano, donde permanecen innumerables huellas de nuestra presencia en esa Nueva España, que así se llamó durante tres siglos, hasta su independencia en el año 1821.
Juan Hernández Hortigüela
Miembro de la Junta Directiva de ADAMUC
Madrid, día del enamoradizo y mártir Valentín de Roma, a 14 de febrero de 2020