El valor de la palabra
Para confeccionar este artículo, volví –inexorablemente- a los apuntes de Psicología. Regresé a aquella lección de la “Homeostasis”. Muchos lectores lo recordarán.
Nos hablaba del equilibrio físico y –bajo mi exclusiva responsabilidad- incluí el anímico, porque tal vez no subsistan el uno sin el otro. Pero esto es sólo una reflexión personal y me vino muy bien.
Ahora voy a entrar en otro apartado denominado LA LEY DE LA CAUSALIDAD.
¿Por qué? Pues porque considero que no todo tiene visos de resultar inocuo. Igual ocurre con nuestros propios actos. Tienen siempre contrapartida. Todo produce un resultado aunque al principio no caigamos en la cuenta o no lo percibamos.
Llevamos a cabo alguna acción y, tal vez, creamos que:
a) Estamos en lo correcto.
b) Seguro que nos hace sentir bien.
c) Manipulamos, en cierto modo, nuestra autoestima.
d) Tal vez no nos estemos auto-engañando. O sí.
Tras unas jornadas, a veces años, resulta que – a modo de cobrador de deudas -, la conciencia llama a nuestra puerta y nos presenta la factura correspondiente.
Estoy seguro de que nuestra primera reacción será de sorpresa, seguirá la indignación, continuará el malestar y acabaremos por interiorizarlo, de buena o de mala gana. Desapegarnos o querer obviarlo, no.
Unos lo llamarían la “voz de la conciencia” (como yo, pero no generalizo), otros “una injusticia”, otros “francamente a esto no hay derecho”. A éstos últimos les diría que lo más prudente hubiera sido no tener tanta “largueza”. Es decir, habría que haberse medido antes de tomar la determinación.
¿Qué ocurrió entonces? A mi manera de ver lo incluiría en la Sección de la “irreflexión”. Si te vas a tirar a la piscina, asegúrate de que haya agua (agua por lo menos).
Luego, ya metidos a fondo, nos iremos al análisis pormenorizado, punto por punto, sin dejarnos nada atrás. Cuando menos auto-honestidad. Seguiría la reparación del daño (si fue infligido a otro). Y si es con uno mismo, ver si tiene posibilidad de un buen “zurcido”. Es decir, proponerse mejores metas.
Si seguimos apoyándonos en las “malas conductas aprendidas” de antaño y no giramos 180º me aventuraría a intuir que volveremos a caer en el mismo error. Y eso tendrá peor remedio.
No se trata sólo de ese “ronroneo” físico interior, sino del anímico que es “más insistente” y no se mitiga con un analgésico, como en el dolor de cabeza o en el de muelas. Es que todavía no se ha inventado nada hasta el momento (de duración indefinida) contra estos males.
Sí, también sé que podrían aducirme que existen otros remedios más contundentes (la farmacopea es abundante). Habremos parcheado, pero sólo momentáneamente, porque seguiremos teniendo ruido de fondo.
Y ahora vamos a un ejemplo práctico:
a) Por la llamada “modernidad”.
b) Por no quedarnos atrás.
c) Por no resultar unos “estrechos”. Otros los denominan “frikis”.
Verán: Alguien, y sólo a modo de ejemplo, alguien, llevado “de la última”, ha decidido colgarse a lo moderno.
Antes he caído en la cuenta de que muchos Médicos Especialistas de la Piel, ni están morenos de tostarse al sol sobre la arena, ni tampoco se cubren la piel con “graffitis”.
¿Qué sabrán estos Sres.?
¿Nada? Claro, nada. Quien tiene memoria es la epidermis que, a día de hoy, luce un espléndido colágeno que proporciona tersura. Sin embargo, irremisiblemente, la iremos dejando atrás. Las clases de dibujo artístico algún día perderán ese “encanto” entre los pliegues de nuestra propia piel.
Tal vez eso no nos importe. Hoy se nos anticipa como muy lejano. A lo mejor ni reparamos en eso y vivimos convencidos de que la vejez es para otros. Para mí, no.
O quizá haya llegado, ya, el momento más esperado. A alguien habrá que cargarle la culpa, porque –y de eso estoy bien seguro- es que el culpable no soy yo, sino la sociedad, las sugerencias, los consejos, el “lucir músculo” con trazos que, pasados los años, no ostentarán condición alguna.
¿Hemos pensado, sopesado, bien las cosas?
Lo dicho. Ha sido sólo un ejemplo, pero puede complementarse con una larga lista de “otras modernidades de estar en la movida, o de flipar”. Es que …”yo no sabía”, “no podía intuir que” etc. Habrá resultado –a fin de cuentas- como aquél que argumentó: “Hombre hazme ese favor. Total ¿qué trabajo te cuesta?”…….. Pues sí me ha dado trabajo. El mismo que te costaría a ti.
En definitiva, que para encontrarme bien, he tenido que ir ajustando cada tuerca a su tornillo, al paso por el tiempo. Eso requiere tesón, disciplina y constancia. Y resulta que una gran mayoría, ni siquiera se ha molestado en abrir la caja de los tornillos.
… Ahora no me vengas con “milongas”, porque te responderé muy bajito y al oído: “sentidiño”.
Carlos LLoréns Fernández.
Alumno Programa Universitario de Mayores.
Universidade de Vigo. Campus de Torrecedeira.
Socio de Aulas de Formación Aberta
Junio 2020