LOS MAYORES Y SUS RELACIONES: CAMBIOS Y OPORTUNIDADES
Cuando nos jubilamos y los hijos se emancipan dejamos de ser responsables de realizar unas funciones sociales que habían ocupado el centro de nuestras vidas. Muchos experimentamos una sensación temporal de vacío y cómo si nuestras acciones hubieran dejado de importar a los demás. Puede ser el momento para desplazar la atención hacia nuestro interior, diseñar nuevos proyectos y apreciar otros matices en las personas que nos importan o que fueron importantes en el pasado. También podemos reconciliarnos con otras que habíamos perdido e iniciar nuevas amistades.
Frente a esas oportunidades que se abren, algunos autores asocian el avance de la edad con una reducción progresiva de los contactos sociales, un distanciamiento que han llamado “desenganche”. Señalan que los mayores tendemos a centramos más en nosotros mismos, en lo que ocurre en nuestro interior y en nuestros recuerdos y a alejarnos de la vida social. Sin embargo, esa vuelta hacia dentro no implica necesariamente un aumento del egocentrismo o del desdén hacia el mundo y puede ser empleada para profundizar en el autoconocimiento y generar mayor implicación vital, una manera de estar más presentes Son cambios que pueden ser controlados voluntariamente y no solo se producen en la cantidad de contactos, sino también en su calidad.
Porque hay suficientes evidencias de que las relaciones que los mayores conservamos activas, con parientes y amigos, son más sólidas que las de los jóvenes. La Dra. Laura Cartersen, fundadora y directora del Stanford Center on Longevity, mostró, con su “Teoría de la selectividad socio-emocional” que, al ser más conscientes de los límites del tiempo, priorizamos los estados emocionales, la paz, el bienestar y las amistades importantes. Nos sentimos más felices porque anteponemos nuestro bienestar a conseguir logros externos. Seleccionamos aquellas relaciones que provocan experiencias emocionales positivas y evitamos las negativas o las que merman energías personales sin devolver emociones positivas. Es decir, desarrollamos una estrategia adaptativa que optimiza la probabilidad de disfrutar de encuentros felices y enriquecedores. A la visión evasiva del envejecimiento se contrapone la tendencia de los mayores a buscar una intimidad más reducida y profunda, a ser más selectivos en nuestras relaciones.
Se han identificado una serie de cualidades que evolucionan positivamente con la edad y si las cultivamos, tendremos la oportunidad de enriquecer nuestras relaciones:
- Entre los cambios observados en un cerebro que envejece están las tendencias a ser más comprensivos, tolerantes, a aceptar mejor las diferencias individuales y a valorar los esfuerzos ajenos.
- Cambia el sentido del vínculo y damos más valor al afecto compartido que a los posibles beneficios prácticos de las relaciones.
- Experimentamos más gratitud y disfrutamos y agradecemos las cosas buenas que recibimos.
- Aumenta nuestro deseo de cooperar y de llevarnos bien con los demás.
- De acuerdo con los resultados del estudio de seguimiento Baltimore LSA: “según envejecían los miembros perdonaron más fácilmente, se enfrentaban a las dificultades con mejor talante y más raramente se sentían ofendidos o descargaban sus frustraciones en otros”. (1)
Necesitamos toda una vida para aprender a amar, porque el amor no se construye sobre la ausencia de conflictos, sino con su integración. Para ser capaces de dar y recibir amor tenemos que conocernos y aceptarnos como somos, con todos nuestros impulsos, algunos contradictorios. Y aceptar que las personas queridas tienen cualidades que nos satisfacen, pero también defectos que nos fastidian. Ni idealizarlas, ni ver solamente sus defectos. Y comunicar el afecto que sentimos para que no se pierda e interiorizar el que recibimos, sentir que somos amados. No sirve de nada ser querido si no incorporamos esas distintas formas de amor a nuestras relaciones.
Con frecuencia nos sucede que dejamos de percibir la presencia de nuestras personas próximas, simplemente la damos por sentada. No somos conscientes de lo importantes que son para nosotros. Amar al otro es dejarse sorprender por ella/él y crear un espacio común para escucharse y reconocerse como seres libres y diferentes. Compartir en pareja la longevidad actual es una nueva etapa de convivencia, un reto sin precedentes en las generaciones anteriores. Envejecer juntos pone a prueba la relación: “El cónyuge puede convertirse en la imagen del tiempo que corre porque nos devuelve, como en un espejo, la imagen de nuestro propio envejecimiento y socava el mito de la eterna juventud y la inmortalidad … Cada uno tiene su propia salud, pero las pérdidas, el deterioro o las enfermedades experimentadas por cada uno de los dos tienen repercusiones sobre el otro y sobre la relación”. (2)
La vida de los adultos mayores cambia radicalmente cuando tienen que hacerse cargo de cuidar al esposo/a u otro familiar enfermo. Se trata de una responsabilidad que suele recaer sobre las mujeres y puede estar impulsada por distintas motivaciones y asumirse de diferentes maneras. Si transcurre a gusto de todos produce tranquilidad y bienestar, pero si consume demasiadas energías o impone renuncias gravosas puede generar estrés y resentimiento. Tener en cuenta las necesidades de salud y bienestar de todos las implicados, incluyendo las de la cuidadora o cuidador, es crucial para que estos cumplan su cometido sin olvidarse de sí mismos.
La experiencia de ser abuelos está entre las relaciones más gratificantes y vitales, un regalo de la vida. Es uno de los roles que conforma la identidad de las personas mayores. Pero los abuelos necesitamos aprender a cuidar y expresar afecto desde una posición subordinada a la de los padres. Somos actores secundarios en el proceso de acompañar y educar a los nietos. Aceptar una disponibilidad limitada por parte de los abuelos y respetar la libertad de los hijos para dirigir su propia vida exigen comprensión mutua, madurez y diálogo entre todas las partes.
Otro capítulo importante en el terreno social son los amigos, actuales, nuevos o antiguos que quieran recuperarse. Un intercambio personal exige reciprocidad. Hay que compartir algo de uno mismo para hacer surgir una relación íntima que perdure en el tiempo. Cultivar amistades de diferentes procedencias estimula el desarrollo y la expresión de diferentes aspectos de la persona. Cuando se inician actividades compartidas con nuevos amigos, se establecen intercambios que apoyan la consolidación de los nuevos roles que se pretenden incorporar.
Según avanzamos en edad vivimos episodios dolorosos como: enfermedades o limitaciones de diferentes tipos, la muerte del esposo/a o de amigos queridos, etc. Suceden en cualquier momento y ponen de relieve la fragilidad humana y el control limitado que tenemos de nuestra existencia. Morimos también un poco con la pérdida de personas queridas y una parte de nuestra vida queda interrumpida. Son sucesos que socaban nuestra confianza en la vida y requieren un proceso de duelo. Hemos de estar preparados para afrontarlos y reformular los planes, que habíamos trazado, para recuperar las ganas de vivir.
Todos dependemos unos de otros. Solo tomando conciencia de esa interdependencia y aprendiendo a manejarla estaremos en las mejores condiciones para tomar las decisiones adecuadas en nuestras relaciones con personas próximas. Con la edad avanzada tenemos que encontrar un nuevo equilibrio entre autonomía y dependencia, la capacidad de discernir entre las iniciativas que podemos asumir nosotros mismos y las que debemos consultar o delegar en los demás. Superar, por una parte, el prejuicio de pedir ayuda, si la necesitamos, por temor a perder libertad, sin caer en dependencias infantiles que mermarán nuestra auto-confianza y autoestima.
Las experiencias de empatía y reciprocidad añaden, de manera significativa, longevidad a la salud general. Está clínicamente comprobado que los mayores más socialmente implicados están más protegidos frente al estrés, la depresión y el declive cognitivo. Por ello tener relaciones satisfactorias es uno de los indicadores positivos de una vejez saludable y duradera. Nunca olvidemos que la capacidad de dar y recibir amor nunca envejece.
1.Citado en: Vaillant, GE (2002): “Aging Well”. Nueva York: Little Brown and Co.
2.Blanché, A. (2014): “La retraite, une nouvelle vie”. Paris: Odile Jacob.
Dr. Bartolomé Freire, Psiquiatra jubilado
Autor del libro: “La Jubilación, una nueva oportunidad”
- Quinodoz, D. (2008): “Viellir, une découverte”. Paris: Presses Universitaires de France.
- Freire, B. (2017): “La Jubilación, una nueva oportunidad”. Madrid: LID EDITORIAL.
- Jung, C.G. (2002): “El Hombre y sus símbolos”. Buenos Aires: Biblioteca Universal.
- Citado en Conley, C. (2018): “Wisdom @ Work. The making of a Modern Elder”. New York, Crown Publishing Group.
Dr. Bartolomé Freire Arteta
Psiquiatra jubilado