Mi amiga la corbata
Plegadas dentro de una funda de cartulina, dos corbatas acompañaban siempre su atuendo de viaje. Le gustaban de seda italiana estampadas con pequeños animales o símbolos, que Salvatore Ferragano renovaba cada temporada sobre fondos homogéneos. Prefería los tonos salmón primavera, amarillo de siega, cereza de junio y azul Antártida. Esas corbatas eran uno más de sus instrumentos de trabajo, un medio de producción; como lo eran el ordenador portátil, el proyector de transparencias y los panfletos de propaganda con fotos coloridas de los productos en venta de puerta en puerta, de oficina en oficina.
Corbatas confeccionadas con seda amor, para cenas con velas fragantes, vajilla de Limoges, copas de Bohemia y manos entrelazadas sobre mantel de hilo de Escocia bajo miradas francas, profundas y claras de las Seychelles. Corbatas nacidas para la vida eran encadenadas a la obligación de lo aburrido, al sudor de las prisas, empujones de aeropuertos y roces en los ascensores sin intercambio de saludos entre desconocidos reemplazados en cada subida.
Poco a poco, si bien demasiado deprisa. O a saltos rápidos aunque demasiado estáticos. De una forma o de la otra se produjo el cambio. La corbata, el lazo, el pañuelo, la elegancia y los adornos desaparecieron para dejar a la vista gargantas a veces mal afeitadas, con erosiones de rozaduras, dentro de cuellos abiertos de camisas sin planchar, a menudo demasiado desgastados por el uso repetido, excesivo.
No son tiempos de abundancia, tampoco de lujos ni de placeres. Las corbatas quedaron viejas, también las camisas y los puños; las arrinconaron las camisetas, algunas con cierto estilo, con telas de algodón tratado contra las arrugas, serigrafías con mensajes, publicidad obscena, letras adornadas de lentejuelas, resaltes con nudos de tejidos irreconocibles.
Un mundo reinado por las camisetas en triunvirato: la blanca, la negra y el color indefinido. Mundo igualitario sin brillo, pobre. Nada destaca, nada halaga. Todo tosco sin tacto, brutal, de aquí y ahora. Terminas sin saber lo que has hecho, pensando en lo que terminarás a tres futuros de distancia después de varias acciones, ninguna de ellas necesaria, sin dedicarle a nada el tiempo mínimo para asimilar lo que se hace. Se ejecuta y eso basta. Tiro porque me toca. Hasta que caes en el pozo, o en el puente en él que se te lleva la corriente.
Corriente que arrastra, te arroja, no a las rocas sino a la playa en calma. Las olas se extienden sobre una arena lisa, cubren grandes distancias sin espuma, en avance lento gota tras gota conquistan los granos que permanecen secos, hasta tocar tus pies para despertarte. Una cesta con vituallas entre los dos, un mantel, el sol queriéndose esconder, camisa de lino, pantalón blanco Amalfi sin bolsillos, vestido palabra de honor, ribetes de tono pastel, falda con vuelo. Bebemos la última copa de champagne, nos levantamos, un beso rezagado antes de recoger para ir al hotel, debemos arreglarnos. Esta noche saldremos de fiesta, me pondré la corbata que más me gusta. La que tú me regalaste.
Birus, con corbata de seda.
Antonio M ª González Gorostiza (Birus)
Socio Asociación Mayores UC3M
Universidad Carlos III – Campus de Colmenarejo
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