Momentos (71)
Enseñar a un mayor. Desde mi tarima de joven profesor contemplo cuatro mil doscientos años, millón y medio de días cargados de sabiduría y conocimientos. Más tiempo que el que llenaron la historia las culturas egipcias, griegas y romanas juntas. Por supuesto, bastantes más que todos los años de cristiandad en Occidente.
Y me abruma, mientras intento hacerme entender con mis explicaciones sobre la meta novela, el relato que hace un escritor por encima de la novela de otro gran autor; Saramago con los heterónimos de Pessoa, Julián Barnes con la figura del loro de Flaubert.
Veo removerse en sus pupitres a mis alumnos y alumnas mayores cuando relato las desbandadas amatorias de Emma Bobary y la vida más oculta de su creador Gustave Flaubert. Y a más de uno veo sorprendido cuando -pienso- están comparando la vida brumosa y húmeda del Lisboa de Pessoa con su terminada vida laboral, lánguida, en un despacho, en unas oficinas de cristales esmerilados y mesas de sapelli repasando y emitiendo expedientes con destino a la nada burocrática. Seguro que hay mucho recuerdo de inutilidades y hasta de fracasos en las cabezas bajas de mis alumnos mayores.
Ayer les hablé del libro El pianista, de Vázquez Montalbán. ¡Cuántos han recordado su vida de compromiso militante en las huelgas de Potasas y Bendibérica, en los años setenta! Y se han acordado -tal vez está sentado en el fondo del aula- de su compañero fundador del sindicato que aceptó un puesto en la Administración conseguido gracias a su pariente, “el del Partido”, que se aupó a la cúpula sobre los cadáveres de viejos camaradas.
Entre mis alumnos observo -hago esfuerzos por no irme en mis explicaciones- unos ojos acuosos que se entrecruzan con la mirada verde de una mujer todavía hermosa. Como dos piezas perdidas de un puzle han encajado sus huecos de carencias con los salientes de sus manías y rarezas adquiridas para continuar juntos el camino. “Ahora, sí. ¡Esto estaba esperando desde hace tanto tiempo!” piensa el afortunado aprendiz de mayor.
Mientras intento explicar la novela de Philips Roth, Indignación, encuentro con mi mirada mujeres de un encanecido natural a quienes la desaparición de su marido les ha abierto la puerta de la liberación de sus obligaciones sacramentales que adquirieron hace demasiado tiempo y que se mantenían en una indignación subconsciente. De igual manera creo ver en muchos de mis alumnos y alumnas, “esas parejas mayores que no dejan de discutir y que ya hace mucho tiempo que perdieron la ocasión de separarse”, cita de Ian McEwan en su último libro Lecciones.
Casi todos mantienen su móvil a la vista. “Tranquilo, ya he llevado yo al pequeño al colegio”. La confirmación de una cita médica, la resolución de una incidencia –“mañana pasaré sobre esta misma hora para lo de la lavadora”-, el mensaje que no llega ni la confirmación del enviado. Consultan la referencia sobre un libro que he nombrado, una cita errónea. O simplemente, la evolución del conflicto palestino. O el resultado del sorteo para la champions. No me siento con valor para llamarles la atención. Aunque alguien no ha silenciado el teléfono. De sobra sé el nivel de atención de estos alumnos que, en clase, no son tan mayores. Decía García Márquez en Amar en tiempos del cólera: “los viejos, entre viejos, son menos viejos”
Cuatro mil doscientos años, cientos de pastillas, en casa pastilleros organizados por días -una cada ocho horas-, para contener la presión arterial, para prevenir el reflujo estomacal, ayudar al filtrado glomerular de los riñones, pastillas para esa tos impertinente, cronificada –“estoy en lista de espera desde hace seis meses” -, lagrimales para la humedad de ojos ya operados de cataratas, pomadas y cremas, parches transdérmicos para el descanso de las piernas, pastillas para dormir, para el colesterol. Y mucho paracetamol -cada seis horas, si es necesario- para el dolor de las articulaciones calcificadas, para el malestar de los músculos sin fuerza, para las vértebras desalineadas y con sus discos protectores desgastados.
Y todo lo observo desde mi estrado de joven profesor, y entiendo ahora “el valor del conocimiento inútil” que decía Bertrand Russell.
Enseñar a un mayor lo que, a él, ya se le ha olvidado. Paradojas.
Jesús Jáuregui Gorraiz
Socio de AULXENA
Universidad de Navarra
- Quinodoz, D. (2008): “Viellir, une découverte”. Paris: Presses Universitaires de France.
- Freire, B. (2017): “La Jubilación, una nueva oportunidad”. Madrid: LID EDITORIAL.
- Jung, C.G. (2002): “El Hombre y sus símbolos”. Buenos Aires: Biblioteca Universal.
- Citado en Conley, C. (2018): “Wisdom @ Work. The making of a Modern Elder”. New York, Crown Publishing Group.
Dr. Bartolomé Freire Arteta
Psiquiatra jubilado