Nadal
Carlos Lloréns
Pueden creerme. Se me ocurrió este artículo, de camino hacia casa.
Inauguraron un parque infantil muy cerca. Fue allá por aquellas Elecciones al Parlamento Europeo (26 de Mayo).
Pese al frío, los niños jugaban, ajenos a la climatología.
Ninguno de nosotros nos hemos solazado con estos artilugios de hoy en día, esas “redes” que, desplegadas, simulan gigantescas mariposas.
Entonces recordé mi época. Posiblemente también la de muchos de ustedes.
Nos contentábamos con unos columpios y algún que otro tobogán. En el primer caso se balanceaba y en el segundo se deslizaba la inocencia propia de la edad.
La mente me transportó a aquellas Fiestas de Navidad de entonces. Nada que ver con estas celebraciones actuales, que se debaten, en gran cantidad de casos, entre el poco sentido de familia y un incremento de frías felicitaciones “online”. Y en cuanto al motivo en sí de la Navidad (Natividad=Nacimiento de Cristo), eso se perdió en una espesa niebla.
Diría que hasta los turrones me saben distinto. Lo achaco a los turrones en sí y también hacia el paladar que, seguramente, se me ha modificado con mi paso por el tiempo.
Pese a todo, me paré un buen rato frente al Parque. Había otra razón, no sólo los infantes. Tras los árboles se quedaba una espléndida puesta de sol, con un precioso tinte rojizo sobre la Ría. Tanto lo uno como lo otro hizo que la parada cobrara importancia.
Aquella Navidad se esperaba con grandes dosis de alegría. Hoy estamos apurados en que pase cuanto antes, para desembarcar en otra celebración, que se perderá otra vez en la búsqueda de una nueva. Y así sucesivamente. Pareciera que nada queremos que permanezca. Tal vez nos empeñemos en que así ocurra. Somos como operarios en todo y maestros en nada.
A la grandiosidad de los adornos urbanos, seguimos adoleciendo de esa pequeñez interior de miras. Nuestras transformaciones son todas exteriores. ¿Nos hemos propuesto algún cambio por dentro? No. Eso da trabajo. Es más fácil acudir a la peluquería para que nos cambien el color del cabello, que hacer el esfuerzo de mejorar si quiera un aspecto del vacío interior que nos caracteriza.
Acaso, al final de las 12 uvas que motivan el cambio del año, hayamos proyectado acudir al gimnasio, dejar el coche y caminar…. etc. Seamos realistas, al resultar tan poco constantes en “casi” todo, esos buenos propósitos tienen fecha inminente de caducidad. Con suerte resistiremos hasta el final de Enero. En Febrero ya ni nos acordaremos y en Marzo estaremos igual que antes de ingerir esas uvas que nombré líneas arriba. Así un año tras otro. Así una Navidad tras otra.
Me alegro de haber vivido estas Fiestas como las viví. Las sigo recordando muy cálidas.
El estilo actual es frío.
Frío en las actitudes, frío en el trato, helado en la comunicación. Justificamos los sentimientos con palabras abreviadas en una pantalla de artilugio electrónico.
Entre lo que más me sorprende, destacaría.
a) Mucha forma y poco fondo.
b) Rapidez frente a vivencia.
d) Bytes frente a la escritura de una pluma.
f) Besos y abrazos cibernéticos, frente a besos en la mejilla.
h) Cafés a todo gas, porque nos espera otro compromiso.
j) Continua prisa.
l) Digestiones demasiado rápidas.
n) Velocidad excesiva sin un stop sosegado.
Este es el estilo que hemos creado. Puede que no nos guste, pero nos puede más la comodidad.
¿Se han dado cuenta de que hasta levantar la tapa del contenedor nos da trabajo? ¿No es verdad que incluso ya justificamos el dejar la bolsa de la basura al pie?
Los franceses, para esto, tienen un término llamado “tohu bohu”. Viene a decir algo así como una especie de desorden, de locura descontrolada.
Creo que hasta la Naturaleza se ha alineado con nosotros. Nieva en Agosto. Vamos a la playa en Enero.
Pienso que, de continuar por este camino, tal vez nos encontremos con que la Navidad acabemos viviéndola cada uno de por sí. No en el calendario y las fechas programadas. Será un robot con nombre humano que nos indique cuándo tenemos que colocar las bolas en el árbol, la comida será de plástico con sabores. Y todos, uno tras otro, nos formaremos adecuadamente porque así nos lo dictará una máquina. Y, caso de no cumplir, nos quedaremos perdidos en el ciber-espacio, vagando indefinidamente.
El ser humano habrá perdido su esencia.
¿Para qué celebrar la Navidad, si ya no sabremos lo qué es?
Carlos LLoréns Fernández.
Alumno Programa Universitario de Mayores.
Universidade de Vigo. Campus de Torrecedeira.
Socio de Aulas de Formación Aberta
Nadal 2019