Seguir aprendiendo
Seguir aprendiendo*
El documento presentado en el XI FORO LIDEA, “Formación y cultura a lo largo de toda la vida”, responde al propósito de obtener el mayor provecho de la oportunidad, recientemente creada, de vivir una vida más larga. Desde una perspectiva positiva se observa “el envejecimiento como un paso más en la vida y se recomienda desarrollar “programas socio-culturales adecuados a las distintas trayectorias personales para garantizar el bienestar de la persona mayor y su adaptación a la vida socio-comunitaria”. En otras palabras, “promocionar la educación a lo largo de la vida, sin distinción de edades”.
Y no solo señala la importancia de adquirir nuevos conocimientos “Que nos permitan enfrentarnos a los problemas que envuelven a la sociedad del siglo XXI”, sino que también se habla de estimular el crecimiento personal de las personas mayores y que “crecer es cambiar”.
Quiero extenderme en este punto porque me parece importante resaltar que el envejecimiento es un periodo de la vida que nos desafía a adaptarnos a cambios “acelerados e inesperados” y … no siempre gratos. La palabra “cambio” se refiere preferentemente a las alteraciones del ambiente, mientras que “transición” designa el proceso psicológico que se pone en marcha ante las alteraciones que se producen en el entorno o en uno mismo. Los retos a superar son siempre: separarse de lo ya conocido y adaptarse a la nueva situación creada. Una vez que aceptamos perder algo, algo nuevo puede ocupar su lugar.
Sabemos que los cambios generan resistencias y temores y que los mayores tenemos que luchar contra la tendencia a estrechar nuestros intereses y a evitar los riesgos. Por ello quiero proponer la utilidad de desarrollar programas educativos que estudien las transiciones más frecuentes a partir de la edad adulta, cuando navegamos entre el crecimiento posible y las experiencias de pérdida. Y que inviten a los participantes a reflexionar sobre sus respuestas al impacto de los cambios que van experimentando en su salud, las relaciones, sus diferentes actividades, etc. Serían el marco ideal para estimular la aceptación de la edad con todo lo que conlleva, la gestión de las emociones y la puesta en juego de los recursos, tanto propios como sociales. Estos avances facilitarán la adaptación, la resiliencia y el cultivo de la sabiduría mientras envejecemos.
Y claro, mención especial merecen los cambios a los que todos nos enfrentamos y más tememos: las enfermedades y el final de la vida. Junto con las pérdidas, son los grandes retos de la edad avanzada. Una enfermedad grave puede suponer un corte brusco en el proyecto de vida y requerir replantearse las expectativas y asimilar nuevas limitaciones. Por lo que se refiere a nuestra propia finitud, no es algo que se consigue aceptar fácilmente. Es conveniente anticiparse y hablar de todo ello, porque no se es plenamente consciente de lo que se siente o se imagina hasta que se pone en palabras. Contar con un espacio seguro y receptivo para dialogar y pensar acerca de la propia vulnerabilidad e incorporar esos pensamientos a la vida cotidiana, puede funcionar como un acelerador y no como un freno. Y contribuir a aclarar prioridades, a que la vida tenga más sentido y a vivirla más intensamente. Como dice, muy gráficamente, el filósofo Pascal Bruckner (1): “a morder la vida hasta el hueso”.
Creo que los mayores nos beneficiaríamos de participar en debates en los que hablemos de los retos a los que nos enfrentamos, de las dificultades que encontramos para afrontarlos y de cuáles son las mejores estrategias para abordarlos y superarlos creativamente. Y, por supuesto, aprender a optimizar las oportunidades de la etapa presente y de las que están por venir, porque como dice E. Vaillant (2): “Madurar no es una consecuencia inevitable de envejecer”. La vejez puede ser una oportunidad para encontrar nuevos propósitos que nos enriquezcan emocional y espiritualmente y para transmitir nuestra experiencia, valores y la alegría de vivir a los más jóvenes. Vivirla así es otra forma de revindicar la vejez y de luchar contra el edadismo.
Porque hay personas mayores que han interiorizado que hacerse mayor implica un proceso de opciones reducidas y declive sin tregua. Y también existen presiones sociales para envejecer sin que los atributos de la vejez se manifiesten en nuestra apariencia y comportamiento (como en la canción “forever young”). Desarrollar una visión equilibrada de lo que significa ser mayor hoy, alejada del catastrofismo y la idealización y basada en un conocimiento de los cambios y nuevos desarrollos de un cerebro que envejece, facilita, en palabras del documento arriba mencionado: “un envejecimiento activo, saludable y provechoso”.
Espero haber trasmitido mi convicción de que introducir cursos que estimulen el autoconocimiento y el aprendizaje de lo que implica vivir una vida larga y con muchos cambios, servirá de guía a los mayores ante los retos y las oportunidades de crecimiento personal que encontrarán en su camino.
Quiero añadir que cualquier programa educativo centrado en los mayores ha de tener en cuenta sus experiencias únicas de vida, el momento evolutivo que están atravesando, sus motivaciones y sus estilos de aprendizaje. Los más efectivos irán dirigidos a estimular la curiosidad, el mejor medicamento “anti-aging”, según Marie de Hennezel (3), la autonomía y la sabiduría. La exploración intelectual y las búsquedas creativas potencian las capacidades que florecen con los años, abren nuestras mentes y nos devuelven la pasión de vivir.
(*) Este trabajo fue leído en la XI JORNADA FORO LIDEA (29/11/22)
(1) Bruckner, Pascal (2021): “Un instante eterno”. Madrid: Siruela.
(2) Vaillant, G.E. (2002): “Aging Well”. New York: Little Brown and Co.
(3) De Hennezel, Marie (2011): “The Warmth of the Heart Prevents Your Body from Rusting”. London: Pan Books.
Dr. Bartolomé Freire Arteta,
Psiquiatra jubilado,
autor del libro: “La Jubilación, una nueva oportunidad”