Señores del IMSERSO, tengo una queja en mis albóndigas
En la semana pasada, terminó el disfrute de mi primera experiencia con los viajes programados por el IMSERSO. Tengo que afirmar que iba con mucho temor por lo leído en la prensa y visto en algún canal de televisión. En ambos casos se hablaba del desastroso viaje que había tenido un grupo o pareja -ya no lo recuerdo muy bien- en el hotel que les habían asignado. Hablaron de escasez y de una repetición constante en las comidas diarias, con proliferación de albóndigas y sardinas como alimentos que les servían con una frecuencia más allá de lo aceptable. Tanto fue así, que la voz que se corrió, hablaba de que solo se podía comer esas bolitas de carne y pescaditos que imagino que serían de lata -por aquello de echarle más dramatismo a la situación-.
No parece de recibo que en un hotel de tres o cuatro estrellas te sometan a esa repetición de menús cada día. Sobre todo, por lo que se paga. Bueno, con lo que se paga, tal vez se les deba permitir algún tipo de repetición. Y, esto lo digo desde un punto de vista profesional -durante un tiempo de mi vida laboral tuve bastante que ver con costes y gestión hostelera, tanto en hoteles como en un centro hospitalario-, aunque debo añadir que siempre se pueden prever menús que se adapten a los precios que se abonan desde la Administración para no tener que repetir con tanta frecuencia. Lo de la fecha de cobro, daría para otro artículo.
No seré yo quien contradiga a quienes se atrevieron a denunciar públicamente lo que vivieron. Pero, de la misma manera, les pido que den por válido lo que les expondré a continuación. Es de agradecer que así sea, aun cuando exista gran diferencia con lo aportado por los denunciantes. Para más inri, la situación expuesta por aquellos y por quien firma este escrito, se produce en el mismo lugar: Roquetas de Mar, aunque analizando una y otra situación, debe haber sucedido en dimensiones, espacio-tiempo, algo distintas.
En cualquier caso, la odisea comienza mucho antes. Justo cuando uno se decide participar en estos viajes. Los amigos expertos te recomiendan estar muy atentos a las fechas en las que puedes elegir plaza. Nuestro pequeño grupo había hecho una primera elección basada en “rutas culturales”, pero cuando lo hicimos, no teníamos ni idea de la demanda de cultura que había en nuestras islas. La cosa fue que, el día señalado, nuestra agencia de viaje -dejamos la búsqueda en manos profesionales-, nos indica que ya no quedaban plazas libres. Todas las plazas destinadas a Tenerife para visitar puntos interesantes del interior de España, habían sido ocupadas. ¿Todas? ¡Todas! Dimos una segunda oportunidad pasados unos días a ciudades de playa. El resultado fue el mismo. Se nos había chafado la posibilidad de viajar este año con el plan social del Estado. Pasados unos momentos de desasosiego, se nos informa que podemos hacer uso, de una vía alternativa de partida. Madrid era la opción y nos pareció una excelente idea, aunque tuviéramos que costearnos el vuelo Tenerife-Madrid. Como se hizo con muchísimo tiempo, pudimos optar a precios aceptables para volar. La duda surgió con el único lugar con plazas vacantes: Almería. Concretamente, Roquetas de Mar. De inmediato, nos vino el eco de las noticias que he expuesto al principio. ¡Dios mío, voy a pasar hambre! Un hombre como yo, con reservas -mi mujer lo llama gordura- para soportar una y hasta dos hambrunas, no debería tener preocupación por comer durante un corto espacio de tiempo una variedad y una cantidad escasa. Nos tomamos la cosa como una aventura y para allá que nos fuimos.
Vuelos maravillosos, un guía muy ameno esperándonos en el aeropuerto de destino, para acompañarnos a la guagua que nos llevaría al hotel y darnos las primeras anotaciones para disfrutar de nuestra elección. Nos dijo que, en el establecimiento, nos estarían esperando otras dos guías para hablarnos de las normas elementales y de algunas propuestas de “visitas culturales”. Una vez llegados, se nos informó que, por parte del hotel, se había dispuesto un desayuno ligero con un coste de cinco euros por persona. En ese momento, se escucharon las primeras quejas por parte de algunos asistentes -realmente fue por parte de algunas. Parece que en lo de reclamar, los hombres son más tímidos- y tras explicarles que el primer servicio a recibir sería el almuerzo, y el último el desayuno, pues el bizcocho se desinfló. La segunda pregunta queja, fue cuando la guía residente -Dios le siga dando paciencia- nos explicó las comidas y bebidas que iban incluidas en el menú diario. ¿El café no está incluido? -Lo lamento, pero no está incluido. ¿Y, no hay merienda? Casi le contesto yo mismo, pero se me adelantó la guía, mucho más paciente que yo. No señora, la merienda no se incluye. Lo suyo hubiera sido un ¡Señora!, ¿por lo que ha pagado, quiere que le lleven una lechita caliente para antes de acostarse?
El resto de los días, fue un ir y venir de quejas que cualquier persona sensata no alcanzaría a entender. Si se acaba una bandeja de lo que fuera, la reponían en pocos minutos, pero ya se habría producido la reclamación por la ausencia. Por supuesto y acto seguido, alguien se colgaba la medalla de que la habían repuesto por su reclamación. El personal de sala: camareros, camareras y personal de cocina, no paraban de reponer desde el principio al fin de cada turno; pero, eso daba igual. Como faltara una bandeja de embutidos, la queja llegaba de un lado o de otro con el añadido del pago efectuado.
Algunos años atrás, a este tipo de grupos, se le servían menús cerrados a elegir entre dos primeros y dos platos principales, una fruta, agua, vaso de vino y a caminar. Hoy en día, al menos en el hotel que nosotros estuvimos -Alua Golf Trinidad-, las tres comidas del día se hacían en bufet y les puedo asegurar, que en cada uno de los tres servicios -desayuno, almuerzo y cena-, se podían hacer, como mínimo, tres o cuatro menús distintos cada día. La cantidad nunca vi que fuera un problema. Paellas sí que había cada día, pero de diferentes texturas. Malas no deberían ser para hacer una media de veinte cada almuerzo o cena.
Había pasta -no solo macarrones, que fue lo menos que vi- con varias salsas para elegir la que, a cada cual, le apeteciera. Platos fríos y calientes, de carne y de pescado, para confeccionarse, cada uno, su propio menú de entrantes y platos principales. Y, todo el tiempo, oyendo por derecha o izquierda, quejas de personas que no encontraban algo que no se hubiera servido ese día. Y, tras cada queja, una respuesta con una amabilidad sobrenatural del personal.
Yo sigo preguntándome cómo se puede ofrecer el nivel que pude comprobar con mis propios ojitos, con lo que sé que hemos pagado. Alguien podría pensar que la solución a mis dudas vendría por las consumiciones en el bar. En ese sentido solo decirles que, en Tenerife, las he encontrado más caras en algunos sitios, consumiendo las mismas marcas.
Mi experiencia y creo que hablo en nombre de las personas con las que compartí viaje, es como para repetir y seguir repitiendo. Y, de poner un filtro, se lo pondría a una parte de la clientela. ¡Manda narices, con lo que se ha pagado!
José Luis Azzollini García
Nacido en Venezuela, pero criado en Tenerife -barrio del Toscal- desde los ocho meses. Estudia Turismo y ejerce como director regional para una compañía hotelera española. Posteriormente amplió su experiencia como subdirector hotelero en La Gomera y como su director administrativo en su sección hotelera en el HUC. Termina su etapa laboral como delegado de la Industria Farmacéutica. Actualmente, ya jubilado, sigue aprendiendo en la compañía de teatro de AMULL -Pirámide Teatro-.
Socio de la Asociación AMULL
Universidad de la Laguna, Tenerife