¿Somos sabios todos los mayores?
En general asociamos sabiduría con sentido común, pero es una cualidad humana más compleja, con múltiples facetas y sobre cuya definición existen desacuerdos entre los diferentes profesionales que la han estudiado. Una manera sencilla de describirla es como una forma de pensar y actuar que utiliza el conocimiento útil para enfrentarse a los problemas cotidianos. La sabiduría se adquiere poco a poco, a partir de lo que vamos viendo y experimentando a lo largo de la vida, permitiéndonos examinar los hechos y las decisiones que vayamos a tomar desde diferentes perspectivas. Basándose en ese conocimiento una persona sabia encuentra soluciones positivas, tanto para sí misma como para su entorno.
La sabiduría es una de las mejores herramientas con que contamos para afrontar nuevas situaciones, en la medida que las asociamos con experiencias similares del pasado y recordamos los recursos y las estrategias que pusimos en juego para resolverlas con éxito. Desde un punto de vista cognitivo implica la capacidad de ver patrones en una circunstancia dada, establecer conexiones con circunstancias vividas anteriormente y utilizar esas asociaciones y analogías como un sistema de conocimiento experto para enfrentarnos a los retos cotidianos y mostrar sensibilidad en las relaciones sociales. Sabiduría y capacidad de afrontamiento maduro tienen mucho en común.
Aunque pensamos en la sabiduría como una capacidad intelectual, la realidad es que depende mucho de la madurez emocional, y ésta es una entidad separada de la inteligencia que integra aspectos cognitivos y emocionales. En el desarrollo de la sabiduría intervienen también ciertos rasgos de personalidad como: estar abierto a lo nuevo, la capacidad de manejar lo incierto e incontrolable, la reflexión y gestión adecuada de las emociones, así como tener empatía y un pensamiento crítico.
Según los investigadores del Instituto Max Planck de Berlín (1) los componentes más importantes de la sabiduría son: la madurez, el conocimiento, la experiencia y la inteligencia, tanto cognitiva como emocional. Si alcanzamos eso que llamamos sabiduría, podremos comprender, hacer juicios y proporcionar consejos acerca de las condiciones complejas e inciertas de la condición humana. Para ello es condición necesaria el conocimiento de uno mismo y de las estrategias de manejo que se puedan utilizar para optimizar la relación entre las pérdidas y ganancias implicadas en cualquier decisión o consejo. Una persona sabia llevará a cabo un análisis de todos los aspectos implicados en un determinado dilema, mientras que otra, que no lo es, dará una respuesta simple, probablemente basada en lugares comunes.
Llegar a ser sabio no se consigue simplemente acumulando información o experiencias: es el fruto de una reflexión constante sobre los acontecimientos vividos a lo largo del tiempo, unida a la habilidad para conectar presente y pasado, encontrando aquellas similitudes que nos lleven a identificar los patrones subyacentes. La sabiduría surge de una combinación de experiencias, cognitivas y emocionales, de haber superado los desafíos de la vida con éxito y haber tenido experiencias interpersonales significativas.
No existe un consenso científico sobre la sabiduría natural de los mayores. Sin embargo, algunos investigadores han demostrado que el conocimiento relacionado con la sabiduría se puede retener y aumentar en la vejez. Si contamos con esa capacidad de exposición y apertura a la experiencia de la que hemos hablado anteriormente, cuanto más extenso sea el periodo de vida, más oportunidades tendremos de ampliar nuestro conocimiento. Con ese plus de experiencias y conocimientos acumulados, los mayores somos mejores y más rápidos que los jóvenes para ver todo el conjunto, reconocer patrones, asociarlos con elementos comunes de experiencias pasadas y utilizarlos para anticiparse al futuro. Agregando años de experiencia y autoconocimiento estaremos en mejor posición para examinar problemas y decisiones, resolver conflictos y manejar situaciones interpersonales de una manera más efectiva. En otras palabras, seremos más sabios.
Aunque no podamos afirmar que la sabiduría sea inherente a la vejez, si constatamos que los mayores gozamos de unas condiciones favorables para continuar desarrollando nuestro potencial de sabiduría hasta el final. Además de la veteranía que otorga una larga vida, experimentamos cambios en la evolución neurobiológica de nuestro cerebro, en nuestra posición social, en nosotros mismos y en la manera en que nos relacionamos. Dichos cambios pueden dan lugar a nuevas experiencias que, si las procesamos adecuadamente, nos ayudarán a incrementar nuestro conocimiento práctico de la vida.
El cerebro humano se caracteriza por su plasticidad y siempre mantiene cierta capacidad para adaptarse a situaciones complejas y novedosas. La exposición a nuevas experiencias y aprendizajes estimulan la evolución de las redes neuronales desarrollando nuevas células y “rebrotando” las conexiones entre ellas. El pensamiento abstracto, la facultad de ir más allá de las apariencias y pensar en los objetos en términos de categorías, mejora con la edad. Según algunos autores funciona como una compensación al declive de los sentidos y favorece las conductas adaptativas. La sabiduría que se atribuye a los mayores puede tener también una base neurológica generada por cambios que facilitan la comunicación entre los dos hemisferios cerebrales. Así pueden integrar lo lógico con lo emocional o intuitivo.
Al vernos más libres de las presiones del día a día tenemos más ocasiones para tomar distancia y enriquecer nuestra perspectiva con una visión ampliada de la vida y de lo que nos acontece. La competencia de emitir juicios sólidos y la empatía pueden reforzarse con la capacidad de auto-examinarse y de gestionar las emociones en las que los mayores aventajamos a los más jóvenes. Al disponer de más tiempo libre también podemos aventurarnos y afrontar algún reto que añada un nuevo color a nuestra paleta de experiencias. No conviene olvidar que no se puede ser sabio acerca de lo que no se ha vivido.
Así mismo, al envejecer nos hacemos más lentos, lo que nos da margen para estar más presentes y observar las conductas y sentimientos propios y ajenos. Todo ello consolidará la sensibilidad para comprender y manejar nuestras emociones y sintonizar con las ajenas, ese componente de la sabiduría que conocemos como inteligencia emocional.
Kaufman (2) si defiende la tesis de que la sabiduría aumenta con la edad y hace una síntesis muy útil de los recursos personales que promueven la acumulación de sabiduría. Afirma que es más común entre aquellos con niveles altos de apertura a la experiencia; que tienen capacidad de auto-examen e introspección; que están motivados para crecer personalmente; que se mantienen escépticos ante sus propias visiones y que cuestionan continuamente sus creencias, explorando y evaluando nueva información que sea relevante para su propia identidad.
Y para concluir quiero responder a la pregunta que formulaba en el enunciado diciendo que probablemente no seamos más sabios por el mero hecho de ser más viejos. Pero no nos desanimemos, la sabiduría se adquiere a través de las pruebas que nos obligan a madurar y puede ser cultivada. Usemos el acopio de experiencias pasadas y presentes para reflexionar y extraer conclusiones que nos sirvan de catalizadores para dirigir nuestros pasos con más pericia. La sabiduría que acumulamos en una vida rica en experiencias es uno de los recursos más adaptativos y positivos para disfrutar la nueva longevidad.
Y confiemos en seguir andando y agregando experiencias que, dejándonos guiar por los expertos, transformaremos en sabiduría activa. Mientras tanto, utilicemos la empatía y pongamos a disposición de los más jóvenes la experiencia y perspectiva de la vida que cada uno de nosotros atesora.
Bartolomé Freire Arteta
Psiquiatra jubilado
Autor del libro: “La Jubilación una nueva oportunidad”
(1) Vaillant, George E. (2002): “Aging Well”. New York, Little, Brown and Co.
(2) Conley, Ch. (2018): “Wisdom at Work. The Making of a Modern Elder”. New York, Penguin Random House.