Mi confinamiento, Alcalá
Quizás sean estos los meses más largos de mi vida. Es posible que no, porque el tiempo va endulzando lo amargo y así sobrevivimos a las penas. Pero nunca, hasta ahora, había echado tanto de menos un abrazo, una caricia, un beso, un apretón de manos; sentir junto al mío el tibio cuerpo de mi nieta, la carga dulce de mi nieto en los brazos o el achuchón de mis hijos. Esos dos besos de una amiga, como preludio de una tarde de confidencias, sentadas junticas en una cafetería, sintiéndonos afortunadas y a salvo.
Yo, que viajo poco, ahora sueño con playas y con montes, se me hace urgente conocer sitios a los que, simplemente, pensaba ir algún día. Algún día.
El tiempo y las oportunidades se nos escapan entre los dedos. No sabemos cuándo podremos retomar una vida sin este miedo nuevo y desconocido. Posponemos las celebraciones, los encuentros, la alegría de mirarnos en otros ojos, no sabemos por cuanto tiempo aún, porque el enemigo va dando treguas paso a paso.
Mientras, imaginamos, tratamos de hacer útil este tiempo de espera, charlamos con viejos amigos, hacemos otros nuevos y regamos con palabras un cariño que no podemos tocar. Poco a poco saldremos de esta pesadilla. Seremos menos, maltrechos y heridos, pero saldremos porque somos una especie invasora, una mala yerba. Que no nos falle entonces la memoria del corazón, aunque bien sé que no habremos aprendido nada.
La primavera se desgrana, ajena a todo, feliz en su hermosura. Los pájaros preludian mañanas de verano, en estos días tan lejanos a lo amado.
Sara Royo
Socia de AUDEMA,
Asociación de la Universidad de Alcalá de Henares