El sentimiento de integridad personal en la jubilación
¿Qué ocurre con el sentimiento de identidad cuando tiene lugar un cambio tan importante como el final de la etapa laboral?
Nuestros compromisos en diferentes áreas de la vida, con el matrimonio, el trabajo, la paternidad, etc. constituyen lo que llamamos roles. Son conjuntos de patrones repetidos de conductas, capacidades y valores que interiorizamos y reflejan diferentes visiones de quienes somos. Permanentemente tratamos de cohesionar todas esas imágenes, positivas y negativas, conscientes e inconscientes, que percibimos de nosotros y las que nos transmiten las miradas ajenas. Como resultado, conseguimos enriquecerlas entre sí y generar un sentimiento de identidad. Cuando la identidad es realista incorpora, en vez de disociar, distintas representaciones de uno mismo, aunque algunas estén en conflicto.
Por lo tanto, la identidad se basa en la coherencia y continuidad temporal de la historia personal, lo que también llamamos el narrativo, y nos permite definirnos como individuos únicos y autónomos. La hacemos y renovamos a lo largo de la vida, pero tiende a mantenerse estable durante largos periodos de tiempo y podemos hacerla consciente a partir de la introspección. Contiene imágenes parciales de quienes fuimos, a las que se añaden visiones más actuales que van adquiriendo progresivamente primacía sobre las anteriores. Una identidad cohesiva nos permite sentirnos como una unidad, a pesar de los cambios que experimentemos a lo largo de la vida y constituye el sustrato donde se generan nuestras intenciones, la capacidad de juzgarnos con autonomía y de mantener un balance positivo de autoestima.
Erikson(1) habla de crisis normativas, las que todos experimentamos cuando se producen cambios de etapa reconocidos socialmente. Son momentos en los que la imagen preestablecida de uno mismo se desorganiza al perder relevancia alguno de sus componentes esenciales, como el rol laboral en la jubilación. Ello da lugar, por un lado, a un periodo temporal de vulnerabilidad e indefensión y, por otro, a una liberación de energía que puede propulsar el desarrollo personal con la adquisición de nuevos roles y compromisos.
Para ese autor la adaptación a cada nueva fase será el resultado de dos fuerzas contrarias: una que representa el deseo de aprovechar las nuevas oportunidades y progresar, fijando e implicándose en nuevas metas y otra que elude el desafío utilizando los recursos adquiridos y buscando seguridad en lo ya conocido.
La pérdida del rol laboral deja un vacío que lleva a la persona jubilada a preguntarse quién es y necesita encontrar una respuesta válida para vivir con sentido los próximos 15 o 20 años que nos aporta la longevidad actual. Para ello cuenta con todo lo que le queda después de perder el trabajo: sus relaciones familiares, sus amistades, sus creencias, intereses, aficiones, etc. Todo lo que previamente fue relevante perdurará y según vaya agregando nuevos roles y relaciones irá confirmando que es más que el trabajo que hacía y que puede vivir de otro modo. En cada adaptación a la jubilación habrá, por lo tanto, una mezcla de continuidad y cambio. En la medida en que avance hacia sus nuevos objetivos, recompondrá su identidad y su autoestima e irá enriqueciendo, con nuevos hechos, el narrativo de su vida.
En resumen, los jubilados irán reconstituyendo su identidad y recuperando un equilibrio según potencien nuevos patrones de realización personal alineados con sus preferencias y valores. La jubilación crea unas oportunidades con gran potencial transformador en las que cada uno, como único responsable de su vida, tiene la posibilidad de seguir evolucionando, enriquecer su identidad y llegar a ser más quien es o quien puede llegar a ser.
Bartolomé Freire
Médico, Psiquiatra, jubilado
(Autor de “La Jubilación, una nueva oportunidad”)
(1) Erikson, E.H. (1966) “Infancia y Sociedad”. Buenos Aires: Ediciones Hormé.