El egoismo

D. MANUEL PÉREZ VILLANUEVA.
Especialista en Salud Mental y aplicación a la Clínica de las Ciencias Humanas y Sociales
Nuestro sistema social está basado en el egoísmo. Puede que existan movimientos de tipo altruista, instituciones aparentemente exentas del afán de lucro, pero los cimientos de la sociedad, lo que mueve al individuo, a la sociedad y a los estados, es esencialmente el egoísmo, es decir, la procura del bien propio, del autoengrandecimiento y beneficio o, lo que viene a ser lo mismo, la satisfacción del afán de seguridad y poder.
Aparentemente tratamos de mejorar la sociedad pretendiendo más y más acciones altruistas, hablamos de la humanidad con mayúscula y de los derechos del hombre con acento culpable, pero lo cierto es que el motor principal que impulsa el sistema y el combustible que produce la energía que alimenta ese motor es el egoísmo.
Ahora bien, acaso no sea la solución lamentarnos por su existencia en nosotros, tratando inútilmente de erradicarlo de nuestras vidas. Siglos hace que lo intentamos con muy parcos resultados.
En realidad, si bien lo vemos, no somos un caso especial. Toda la naturaleza obra por puro egoísmo. Plantas, animales, colonias, especies, todos los organismos que pueblan la tierra obran buscando fundamentalmente su bien.
Acaso la solución sea entonces reconocer sin reproche alguno ese egoísmo y hacer simplemente que el mismo actúe con mayor conocimiento de los efectos de sus acciones con respecto a lo que, en definitiva, deseamos alcanzar y, sobre todo, alcanzar para siempre.
Naturalmente con ello nos estamos refiriendo al conocimiento más lúcido posible de las consecuencias que dimanan de cualquier acción que ejecutemos y de su posible repercusión en nosotros, no sólo inmediata, sino a largo plazo, es decir, a la consideración de cómo tales consecuencias favorecen o impiden a la larga eso que con el egoísmo pretendemos obtener. Es evidente que, si entendemos nuestra existencia como el mero lapso comprendido entre el nacimiento y la muerte, es decir, si consideramos que “sólo vivimos esta vida”, probablemente podamos concluir que las consecuencias de nuestro actuar en un plazo distante no nos afectarán en modo alguno, por lo que únicamente habremos de preocuparnos de que, aquéllas que se prevén cercanas, nos sean favorables.
Pero es hora de que el individuo se conciencie de que, en realidad, nunca se irá de aquí; es hora de que comprenda que su ser es algo más que ese pasajero sujeto que vive sobre la tierra un máximo aproximado de cien años, siendo como es realmente su verdadera identidad esa conciencia indestructible que subyace en el trasfondo del mismo, conciencia que jamás dejará de ser, de “estar ahí” y de asomarse, por medio del azar o de leyes que hoy por hoy se nos escapan, a insospechados instrumentos psicofísicos a los cuales llamará entonces su “yo”, instrumentos que, tarde o temprano, serán afectados por las consecuencias dimanantes de los actos del este “yo” con el que hoy se viste y con el que hoy actúa.
Es probable que, si poluciono el aire en cierto grado, el efecto de ello no me afecte mientras viva. Pero es también evidente que, de no evitar su polución, en algún momento la tierra se hará inhabitable. Y en ese momento “yo” estaré ahí.
Si hoy pago salarios de miseria puede advenir un futuro de esclavos en el cual, sin duda alguna, yo estaré. Si arraso y esquilmo territorios, si subyugo pueblos, un futuro de tierra arrasada y esquilmada, un porvenir de subyugados hombres me acogerá algún día. Si hoy siembro la violencia, la injusticia, la inmoralidad o el caos, la tierra en la que me veré existente por medio de los inescrutables avatares de la manifestación de la conciencia, será violenta, injusta, inmoral y caótica.
Es posible que hoy goce de una buena posición, que me encuentre a salvo del mal y de la pobreza y que las situaciones desgraciadas sean para mí tan sólo una nota en el paisaje. ¿Pero será siempre así? ¿Es que tengo acaso garantizado el “yo” a través del cual veré la vida en otros momentos futuros?
Así pues, aunque tan sólo sea por puro egoísmo, me interesa sobremanera que la tierra permanezca envuelta por un manto respirable y que el mundo se torne justo, pacífico y moral.
Me interesa que todo “yo” que lo habita cuente en él con el necesario sustento y cobijo, así como con seguridad, salud, instrucción, libertad y ocio en grado suficiente
B. F. Skinner, el conocido psicólogo americano, escribió alguna vez que una especie que no es capaz de actuar pensando en su futuro probablemente no merece subsistir, cosa a la que lógicamente se aboca si de tal modo actúa.
Lo cierto es que, de todas las especies que pueblan y han poblado la tierra, únicamente el hombre se ha postulado como posible destructor de la vida en la misma y causante, al mismo tiempo, de injusticia y dolor por doquier, a pesar de que es, así mismo, la única especie que de continuo habla de altruismos y solidaridades.
Aceptemos pues que somos egoístas por principio y que sólo de manera esporádica y casi por divertimento o por conseguir algún objetivo material, psicológico, o espiritual, somos filantrópicos.
Y, una vez aceptado esto, obremos egoístamente, sin enmascaramientos, pero, eso sí, con inteligencia necesaria y la correcta previsión del porvenir, aprendiendo a sospesar las consecuencias de nuestros actos, no sólo a corto, sino también a largo plazo, imaginando lo que las mismas puedan suponer para ese futuro en el cual estaremos, para nuestras relaciones con el prójimo de hoy, de mañana, de pasado mañana o de un futuro mucho más distante, para la estabilidad del planeta, de la vida en él y del encaje de nuestra sociedad en la vida.
Tal vez de este modo, lo que de otra forma no alcanzamos, lo consigamos por medio de un puro egoísmo aceptado, un egoísmo informado y lúcido que cambie nuestro modo de obrar según la primera intención y a tenor del instintivo impulso primario por la simple consideración de las consecuencias que nuestra conducta puede acarrear a más largo plazo de aquél que, hoy por hoy, previsores alicortos, solemos tener en mente cuando actuamos.
Manuel Pérez Villanueva
Especialista en Salud Mental y aplicación a la Clínica de las Ciencias Humanas y Sociales