Un viaje por las Merindades de Burgos
Día 1
Pareciera una muralla tras la cual se escondieran profundos secretos, pasar el desfiladero del Pancorbo y a nuestra diestra una cadena de montañosa se yergue hacia el Oeste: los montes Obarenes. Recuerdo que en el colegio aprendíamos memorísticamente las comarcas que componían las diferentes comarcas de las provincias que configuran nuestra geografía y de Burgos siempre se me quedó grabada Ebro, la Bureba y Merindades, las otras se me perdieron por los recovecos del tiempo.
Decidí que era el momento de las Merindades y el viaje formaba parte de ese momento y así al buen tun-tun puse en el GPS como destino Frías simplemente porque estaba al otro lado de los montes Obarenes y se llegaba atravesando la cadena montañosa por una carretera secundaria. Entre medio ya que el viaje es en sí un destino marqué aleatoriamente Casalarreina. Debí tener el dedo bien atinado resultaron ser dos pueblos excepcionales
Fue Casalarreina hogar temporal de Juana la Loca, esa reina trastornada de amor según dicen. Pasto para románticos. Francisco Pradillo nos legó el legendario cuadro con el féretro de Felipe el Hermoso y su desventurada viuda Juana la Loca, nos electriza con la pasión arrebatadora de un amor no correspondido, la locura por desamor y los celos desmedidos, esa era la lectura histórica que hacían nuestros románticos. Fue Casalarreina lugar en la Edad de Hierro, algo así como el S. IV a. de C. Por el S. XI se la conocía por Naharruri fuertemente vinculada a la casa nobiliaria de Haro; parece que fue hacia 1510 en el que vivió temporalmente nuestra supuestamente desquiciada Juana, en el palacio de los Condestables. Y así que nos encontramos con un pueblo atiborrado de casas nobles y con un majestuoso monasterio al que llegué en mala hora encontrándome con sus puertas convenientemente aherrojadas, invitándome a volver irremediablemente.
La carretera atraviesa el amplio corredor que une Burgos con La Rioja. Ese paso que en la lejana prehistoria recorrían hombres y animales como atestiguan los innumerables restos de Atapuerca. A nuestra derecha el Pancorbo, enfilo la Nacional 262 dirección Santander y al poco el desvío hacia Frías. El puerto sube los montes Obarenes. Desde el collado un magnífico paisaje, las interminables llanuras de Castilla al suroeste; el pico San Lorenzo y las sierra de la Demanda al sureste; entre ésta y los montes Obarenes el corredor Burgos-Logroño. Hacia el Norte, casi como al alcance de la mano, el Ebro abriéndose paso entre montañas y valles.
Son los montes Obarenes como una muralla defensiva de los primigenios núcleos cristianos ante los pujantes reinos musulmanes. Así que no es de extrañar que en el paso se construyera una fortificación cuyo objetivo primordial era avisar a las poblaciones de la ribera del Alto Ebro de la llegada de posibles hordas enemigas. El fuego era el WhatsApp de la época, fácil e instantáneo, perfectamente visible desde la fortaleza de Frías, primer bastión defensivo. Apenas quedan algunos muros, casi invisibles, en el mirador.
Bajamos el puerto en dirección a Frías, un paisaje enrevesado de montañas y pequeños valles colgados de dirección Este-Oeste. Un paisaje verde de escasa vegetación en las alturas y que se cubre de densa arboleda conforme descendemos. Las corrientes de agua abren el paso hacia el norte a través de estrechas hoces. A la salida de la hoz más espectacular y hermosa nos encontramos, como un guardián protector de los caminantes, la ermita románica de Santa María de la Hoz junto a una pequeña capilla que le antecede que alberga un espectacular fresco románico. A sus pies serpentea el antiguo y milenario camino, de época romana, atravesando las paredes de la hoz junto a hermosas cascadas, hoy camino de paseantes y montañeros en dirección al cercano pueblo de Toberas, donde se extraía, claro está, la piedra de toba, una piedra caliza muy porosa y por tanto de poco peso, importante para la construcción de bóvedas y torres para aligerar el peso.
A dos kilómetros en un altozano como un buque trasatlántico, con su imponente proa, apuntando al Ebro, Frías. Ciudad medieval por excelencia. En su popa el majestuoso castillo, con su torre, como una aguja clavada en la roca señalando el cielo; en su proa se levanta majestuosa la iglesia neoclásica levantada sobre los cimientos románicos de la antigua construcción.
Niños jugando con el pelo desgreñado, algunos acariciando el césped con sus pies desnudos, jugando al fútbol y correteando entre un mar de tiendas de campaña, pareciera un campamento hippy de los años sesenta. En un cobertizo de madera hombres y mujeres afanándose con la comida, al lado, en una explanada frente a la iglesia, un estrado donde se celebra parte del festival de música alternativa, de libre asistencia. En el interior del castillo técnicos de sonido se afanan en preparar el equipo acústico sobre un estrado, en este caso los asistentes acudirán a través de la estrecha puerta de acceso, convenientemente armados de la entrada correspondiente. La iglesia es también un escenario musical, jóvenes músicos sacan sus instrumentos, mientras uno de ellos, con el pelo recogido en una coleta, se sienta frente al antiquísimo órgano de tubos horizontales y nos regala unos extractos del concierto.
Un aire vintage flota por el espacio de tiendas de campaña, castillo, iglesia, niños descalzos, hombres de melenas largas y barbas descuidadas y mujeres de pelo como recién lavado y rostro limpio de cualquier maquillaje. Por las calles paralelas suben turistas con atmósfera de hipermercado debidamente protegidos con cremas solares de protección 50+. Ambos se entrecruzan sin mezclarse.
En todos los lugares repletos de turistas, bien sean vintage o turistas de selfi, la población autóctona nos contempla desde los servicios hosteleros y las oficinas de turismo; en alguna esquina corros de parroquianos, ya jubilados, contemplan a unos y otros como contemplando un circo muy repetitivo.
Me trasladé a Trespaderne pueblo neurálgico y centro geográfico de las Merindades donde me alojé en el único hotel del pueblo.
Día 2
Los pueblos medievales están tan impolutos que son, como no puede ser de otra manera, una pura abstracción. Si se quisiera hacer una película medieval sería necesario hacer pasar a un par de centenares de vacas con diarrea y por supuesto desdentar adecuadamente a la población aparte de no lavar la ropa durante una semana por lo menos.
Entre esos pueblos medievales: Herrán con impolutas casas con entramado de madera tan impecables que parecen todas señoriales, vamos que por lo que veo los siervos de la gleba actuales andan en mercedes y todo terreno.
En una pequeña plaza un cafetín con mesas y sillas de cocina de los años 70. Jesús, en esa indefinición de joven-maduro o maduro-joven, me prepara un café en la cafetera casera de toda la vida, de los de rosca. Hablamos de la tierra, la sequía, que del campo no vive ni Dios, que los fosfatos están jodiendo la tierra…, mientras me muestras los apuntes de ingeniería agrícola, estudios que hace por afición, dispuesto a darme una clase magistral, así que procuro dar un giro sobre las noticias, que, sobre independencias, aparecen en el “Diario de Burgos” y de manera instantánea me advierte: “Estamos en Burgos”, quedé adecuadamente advertido.
Me despedí con ese “hasta luego” que significa “hasta vaya usted a saber”.
Volví tras mis pasos en busca de las riberas del Ebro. De nuevo en Trespaderne pare a tomar un café en un bar, ilustrado de libros, cuentos, jugos infantiles y revistas. Quién me iba a decir a mí que iba a encontrar con un número de Ajoblanco, pero no un número cualquiera, sino uno muy especial de “Noviembre de 1991”, época de la caída del comunismo de la URSS, el conflicto Yugoslavo, la revolución cantada de los países Bálticos que acabaron en su independencia, etc…, y al hilo de estos acontecimientos unas declaraciones de Pujol de los que se hizo eco el periodista, es un decir, Arcadi Espada, título: “CALLAD QUE EL REY ESTA DESNUDO”, subtítulo: “Cataluña es ya independiente. Y no precisamente desde ayer…” Y resalta en el artículo “Cataluña es ya independiente desde hace muchos años”. Ya veis. El hostelero me hace un guiño como excusándose de no hablar mucho del tema “ya sabes, esto es Burgos”, asentí comprensivamente.
Decididamente voy a seguir la ribera del Ebro, desde Traspaderne enfilo el espectacular desfiladero de Horadada, en el otro extremo se encuentra Oña. Hacia la mitad, en medio de impresionantes paredes, un cartel indica: “Tartales de Cilla 1,5 Km.” ¿Por dónde puñetas sube esa carretera!? Picado por la curiosidad me desvío dispuesto a volver tras la visita. La carretera enrevesada; estrecha no, lo siguiente; con restos de limpieza de antiguos desprendimientos. Conforme asciende se abre un valle colgado que divide la sierra en dos. Tartales de Cilla un pueblecito minúsculo con casas en rehabilitación y viejos vehículos con matrícula de Bilbao, están por todas partes. Al final el asfalto se trasmuta en camino y un letrero señala “hacia la ermita de la cueva”; habrá que ir, digo yo, y me olvidé de volver. Y allí fui por pistas y caminos por el fondo de un maravilloso valle de pinos rojos gigantescos que conforme ascendemos se transmutan en hayas con sus relucientes colores otoñales iluminados por el sol. Puro impresionismo. Y así pasamos por el monte Pociles, el monte de la Isa y Sagredo, hasta llegar al collado de la Muñeca de la Ermita de la Cueva ni rastro, no aparece ningún cartel que lo indique. Seguimos por el camino, un paisaje fantástico dominado por los pinos. Monte Ahedo, monte Borcos. Unas caballerizas me alertan de la proximidad de un pueblo, en medio de un lugar solo lleno de naturaleza: Tartales de los Montes, situado justo encima de una hoz de un paisaje embriagador, un carretil asfaltado desciende hacia una muralla horadada por un túnel de ratonera, al fondo el pueblo de Hoz, con su iglesia y su palacio señorial.
En la plazoleta Manuel, con sus ochenta años, abre un pequeño bar que más bien se parece a esas tiendas donde encontrabas de todo, casualmente café no servía. Rememoramos tiempos viejos, de vacas, huertas y molinos, porque Manuel era el molinero del pueblo, así que me alecciono sobre las acequias, que cuando se estropean tenían que poner el motor y eso era unos duros de más. “Gracias a Dios que a finales de los cincuenta hicieron el túnel”, hasta entonces las vacas había que llevarlas a través del Portillo de Puerta y eso estaba “mucho alto”. A Manuel le tenían contento lo bien que funcionaban los mercados en el valle, el martes en Valhermosa, el miércoles en Cereceda, el sábado en Oña y el domingo en Trespaderne, les iban bien a sus hijos comerciantes.
Retomé la carretera de la margen izquierda del Ebro, hacia el puerto del Escudo, dispuesto a perderme por cualquier carreterucha. Al poco, en Quecedo de Vadivieso, un palacio, de reluciente caliza blanca, atrajo mi atención. Al otro lado Óscar de siete años me da la bienvenida, es de Bilbao y tiene una casa y me deja aparcar el coche pegado a su casa, mientras Lucas su caniche blanco está apunto de cogerse una afonía de tanto ladrarme. De repente sale un mercedes verde del palacio, un auténtico clásico del año la polca, del mismo se baja una señora también clásica y también del año la polca, embutida en una larga bata de baño rosa, “de quién eres hijo” me interpela, como si todas las personas que pululan por los alrededores tuvieran que ser hijos de alguna conocida suya. “No si yo soy de Pamplona y.…¡¡¡De Pamplonaaaa!!!” Me corta, “te invitaría, pero hoy no, que tengo que ir al juzgado y me tengo que preparar, ¿vas a venir mañana?” y sin esperar contestación corre al interior de la casa a prepararse. Me pellizco a ver si estoy soñando.
Sigo paseando por la única y larguísima calle del pueblo, de casas atildadas y palaciegas, cerca de la iglesia Julián espera a la camioneta del pan. Hay un truco infalible con las personas que tenemos una edad, todo consiste en abordarlas diciéndoles “tienen un pueblo espectacular”, es como una llave, se lanzan a hablar sin parar. Se interesa por mi filiación “De Pamplona” y se lanza a explicarme su estancia en Navarra hace 60 años durante la mili, su recorrido desde Jaca hasta Otxagavía por todas las carreteras de la época y del cuidado que había que tener; era época de maquis. “Ahora en su pueblo vienen los hijos de Barcelona y Bilbao a pasar todo los días libres” como casi en todas las casas. Entre paisajes navarros, burgaleses y sequías, me cuenta la terrible tormenta de mediados de los sesenta, más de 200 litros por metro cuadrado arrasó el pueblo, el agua salía de la hoz, que está enfrente, a presión, arrasó las minas de carbón abandonadas en el interior de la montaña, en esto que llegó el panadero, Julián compró su pan y yo una hogaza de pan relleno de chorizo
Seguimos carretera arriba siguiendo los meandros del Ebro, en el desfiladero de Hocinos en lo alto de una pared infinita e inaccesible ondea una bandera de España.
Día 3
Pensaba que sabía algo. Esa geografía física que nos daban en el cole. “El Ebro nace en Santander”, y el Ebro era poco más que ese hilillo azul que serpenteaba en la parte alta del mapa, algo estático. Luego lo veía bajo el puente de la mejana en Tudela o en Zaragoza o en Castejón y me daba la sensación de que era así desde su nacimiento. Aunque mis padres y abuelos me comentaban eso tan “macho”: “Arga, Ega y Aragón hace al Ebro varón”.
Qué lejos de mi imaginación ese río serpenteante, abriéndose paso entre montañas, cortándolas como un cuchillo en desfiladeros, hoces y valles. Construye un paisaje extraordinario, modela la vida; y la vida, especialmente la nuestra, modela el río y el paisaje.
Siguiendo las enrevesadas carreteras, ocurren cosas extraordinarias y maravillosas que no tenían explicación. ¿Quién las hizo? el río y el monte han existido siempre desde hay memoria. Así que las cosas extraordinarias sólo las podían hacer seres extraordinarios. Puentedey, ese extraordinario arco natural bajo el que pasa el río Nela y sobre la que se construye el pueblo de Puentedey; solo podía ser el “puente de Dios”, ¿quién sino podía hacerlo? ¿Quién sino podía iluminarlo en una explosión de luces y sombras?
Fue Puentedey el último regalo de la tarde. Sin mapa, sin GPS, siguiendo las enrevesadas curvas del Ebro, perdiéndome por sus carreteras para descubrir paisajes y pueblos, carreteras sin salida. Puertas maravillosas.
Día 4
Ya de mañana con una espesa niebla camino de Espinosa de los Monteros. Una línea recta enlaza Trespaderne-Medina de Pomar-Espinosa de los Monteros. No, no es posible pasar de largo de Medina de Pomar, centro neurálgico de Las Merindades. De la plaza principal, en la base de su casco antiguo, asciende la calle mayor, como la cubierta de un buque encallado, que tuviera la popa sumergida en la arena. En la subida nos luce los cuadros, pinturas y murales de la exposición al aire libre, nos ilumina sus murallas y nos resplandece, en lo más alto de la proa: el Alcázar de los Velasco. Bajando nos oscurece la multitud de edificios vacíos, bares y establecimientos comerciales en venta o alquiler.
Como el pebetero de Hamelín el olor me arrastra hacia la plaza (no puede ser la flauta de Hamelín porque no me enteraría de nada), cuando llego no percibo aromas, así que subo de nuevo, retomo el olor y cuidadosamente me guía hasta la panadería y repostería típica de la zona. ¡¡¡Humm!!! Qué pastas más ricas, seguro que las ha puesto el diablo.
Seguí en esa línea recta que asciende de manera progresiva hasta Espinosa de los Monteros. De los campos de cereal a un paisaje de robles. Llegamos a los pies de la cordillera Cantábrica.
Espinosa de los Monteros tiene más de ciudad pasiega, cantábrica. Una hermosa plaza con el Palacio del marqués de Chiloeches y su descomunal escudo, la iglesia y el ayuntamiento, el resto de los edificios nobles surgen como islas dentro de un casco urbano desordenado, siguiendo su estructura medieval, pero lleno de edificios de ladrillo amarillos o rojos.
A la salida, como si fuera el cuadro de un pintor romántico alemán, aparece la torre enorme de una fortaleza, cubierta de maleza, a la que se llega por una senda cubierta de yerbas silvestres, en lo alto crecen arbustos de estimable porte. Posiblemente lo más auténticamente medieval. Para mí lo más hermoso de Espinosa. Se aventuraba a sus pies una pareja de vitorianos: “qué pena, qué abandono” “En Euskadi lo habrían convertido en un edificio de eventos y comidas”
Para postre me queda la ermita de San Bernabé. ¡¡¡Joder!!! Qué maravilla. Incrustada en los acantilados de un cañón, es la entrada del conjunto kárstico de Ojo de Guareña, cuevas de 100 Km. de longitud, ¡¡¡impresionante!!! Nuestros padres, nuestros abuelos, tatarabuelos, y así hasta la edad de piedra, todos pasaron por allí.
Una visita guiada nos introduce por 500 metros de cueva. Descubrimos salas enormes, silos medievales bajo el subsuelo para esconder el grano, estratos de estiércol de su uso ganadero. Entramos por una oquedad elevada, para descender al piso inferior (las galerías tienen hasta 160 metros de desnivel estructurados en caóticos pisos). La salida es en realidad la ermita propiamente dicha, entramos a los recintos sagrados por las tripas de las cuevas. Nos quedaba lo mejor, la cúpula de la ermita (techo de la cueva) absolutamente pintada de murales con el relato de los tormentos de San Tirso: partirle por la mitad con una sierra (desde la horcajadura), cubrirle con plomo fundido, arrancarle pestañas y parparos con agujas finísimas, para regocijo de los presentes, arrancarles los miembros… Yo creo que el Marqués de Sade pasó por aquí para inspirarse.
La ermita es en realidad la de San Tirso y Bernabé. San Tirso celebra su día en Diciembre, ¡¡¡Uff!!! ¡¡¡qué frío!!! La de Bernabé en Junio, es a la que acuden todo el pueblo aprovechando el calorcillo, de ahí que se conozca más como de San Bernabé. Como diría el amigo Jesulín: “en dos palabras Im-presionante”.
En las proximidades se encuentra el pueblo de Quiscedo, en el bar Goiko una multitud estaba viendo el partido Atlétic de Bilbao-Sevilla, ahí descubrí que los bilbaínos habían descubierto estos parajes desde el Big-Bang.
José Joaquín Gainza Artázcoz
Miembro de la Junta Directiva de Aulexna.
Asociación de la Universidad Pública de Pamplona