Momentos (65)
“Objetería los días felices”, tienda donde se fabrican y se venden objetos hechos con temblor.
Allí está Mireia -el hoyuelo que se forma en su moflete derecho, entre pícara y amable, la sonrisa contenida que le provoca su imaginación incontenible llena de objetos que fabricará-, cuando advierte la entrada en su tienda de ese hombre pequeño, taimado, temeroso, posiblemente porque se siente mayor en un lugar para gente joven.
Como el día en que vino a realizar el encargo, el hombre pequeño lleva bajo su brazo un libro de tapas rojas en las que se lee el título “Antiphonale Romanum”. Se desprende de su visera de hilo de estambre, guarda las gafas de sol que protegían sus ojos ya diluidos por los años que, sin duda, tiene y se acerca, mostrando una leve sonrisa de permiso, al mostrador. “Hombre peculiar, verdaderamente”, piensa Mireia.
–Ya lo tengo preparado. –También esta vez Mireia ha vuelto a fijarse en el libro de título extraño.
La tienda “Objetería los días felices” se encuentra en el centro de una placita de aspecto medieval frente a una Iglesia fortaleza a la que circunda un claustro de fea imitación gótica. Muy cerca, aparecen las persianas pintadas con un rojo toril de la tienda de licores –vinos, vermuts, moscateles-. Todavía se recuerda el buen trato que dispensaba su propietario recientemente fallecido. Dentro se aspiraba el aroma a vino de bodega antigua, ahora cerrada.
Cada vez que aquel hombre pequeño acude a la tienda de Mireia, avanza con lentitud y detenimiento, toca los objetos, palpa las formas geométricas, diminutos cubos, gris perla mate, textura papel de estraza, que en el hueco misterioso que ha formado su vaciado contienen una evocación –un corazón sobre el que se sienta una figurita, una nota musical silenciosa, una luna diminuta solitaria- al que cada cliente pone nombre o intención.
El hombre pequeño ha llegado al fondo de la tienda animado por la figura agradecida de Mireia, y ahora acerca su mirada –gafas graduadas que ha extraído de su bandolera de cuero envejecido- a la composición de un libro abierto con cuyas hojas Mireia ha esculpido la forma de un corazón lleno de letras, frases, párrafos truncados.
También le han gustado las partituras musicales, dos folios pautados y desde donde, al abrirse para su interpretación, se han echado al vuelo las líneas del pentagrama sobre las que revolotean aves insignificantes y signos musicales, flores, hojas ocres, amarillas, lavandas, verdes en fuga arpegiada.
Se detiene a leer los textos escritos sobre folios de textura recia en los que Mireia ha ido expresando frases incompletas, de sentido tergiversado, ideas insinuantes, –“Primero baila. Después, piensa”, “Me quiero vivir”, “Gracias vida”– con letras que prolongan sus trazos finales en un camino sin término, plasmadas a base de tinta china negrísima con plumillas de tajo gótico y que constituyen abismos misteriosos en la blancura de la cartulina como venas repletas de sangre. Estas composiciones, en algunos casos, Mireia las ha encarcelado en marcos blanquísimos nacarados, abrazadas en su interior bajo un paspartú sedoso.
–He pensado en el precio que te di por el encargo tan especial…y voy a considerarlo.
Mireia enseña, oculto en una nota escrita a mano, lo que le va a costar al hombre pequeño el trabajo que es, en sí mismo, el hacer y perfeccionar de los años que ha dedicado a la creación de objetos felices.
Cuando Mireia entrega el encargo al hombre pequeño y especial –sigue con su libro de canto gregoriano bajo el brazo-, cual sacerdotisa de las emociones, en una suerte de “asperges litúrgico”, rocía el interior de la bolsa con diminutos confetis rosas, azules, verdes, conteniendo cada uno de ellos, miles de ellos, deseos, parabienes, suertes, felicidades, alguna maldad improbable y muchos puntos suspensivos y suspendidos en un mar de incertidumbres sobre el destino del regalo, tan cuidadosamente encargado por el hombre pequeño y preparado por Mireia en una comunión emocional, en el templo de “los objetos de días felices”.
Mayo 2023
Jesús Jáuregui Gorraiz
Miembro de AULEXNA
Asociación de ex alumnos y ex alumnas del Aula de la Experiencia de la UPNA, Pamplona
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
UNIVERSIDAD DE ALCALÁ
Durante los años 1840 y 1843, se produjo el traslado de todos los fondos de la Universidad de Alcalá a la Universidad Central de Madrid. No fue hasta el año 1970 cuando se adoptó el nombre de Universidad Complutense de Madrid, como continuidad histórica de la Universidad de Alcalá fundada por el Cardenal Cisneros en el año 1499.
En el año 1977 se produjo la reapertura de la Universidad de Alcalá de Henares, después de una reorganización de las universidades madrileñas. No obstante, para los alcalaínos, por razones, más sentimentales que históricas, la actual universidad de Alcalá es la de “toda la vida”…
Juan Hernández Hortigüela
Vocal de ADAMUC
Universidad Complutense de Madrid