MOMENTOS (55)
Aquella tarde sentí cómo quedaba vacío el hueco que habían dejado los abrazos de mi amigo Juan. Era el vacío que produce no saber qué decir, el vacío al no conseguir entender lo que él me decía en su ¿despedida? Frase inaudible y que, en su nuevo mundo, debía ser un saludo de llegada.
A la salida del restaurante donde habíamos comido con todo el grupo del Aula de la Experiencia le esperaba su hija Yolanda. “Vamos, aita”, escuché que le decía.
Juan estaba atravesando la linde indefinida, la línea horizontal que vemos en la lejanía y a la que nos aproximamos olvidando los pasos, los que hemos dado y los que nos quedan por dar, sintiendo que se escapa el agua de entre los dedos, y te resistes a abrir la mano donde crees que todavía estás agarrando el mundo que lo formaba la gente de los últimos años.
Aquel hombre, ahora camino del interrogante, había llegado a la Universidad -¡tan tarde, tan a tiempo!-, al conocimiento tan “inútil” (E. Husserl) y tan debido a los de nuestra generación, a preguntarse por las certezas que nos impusieron y por la historia mutilada que nos enseñaron, a aprender cómo mirar un cuadro, a admirar lo que construyeron y pensaron nuestros antiguos. Pero sobre todo, había llegado para responderse sobre sí mismo, sobre su pasado laboral en las minas de Potasas de Navarra, y encajar su lucha por la justicia en la lucha de todos los pueblos en todos los tiempos. ¡La historia! ¡Y Biología! ¡Cómo nos gustaba escuchar al doctor Pisabarro….! Cuando empezamos a entender lo de los telómeros decrecientes que desconectan el buen razonar, que entorpecen la trabazón de los pensamientos. Magníficas lecciones que las entendíamos, más por lo que ocultaban o intuíamos que por los términos científicos que caían en nosotros con un “amen” laico de aceptación. ¿Y las clases de historia de Navarra que tanto te gustaban, y a mí no?
Nos has despedido con tu voz silenciosa, con la afabilidad de quien teme molestar. -¡Juan, siempre supiste estar!, he pensado-. Yo, por mi parte, y cito de nuevo a Edmund Husserl, me siento soplando con emoción “las cenizas del gran cansancio”, observando dónde se posan, ese lugar lleno de olvidos que algún Dios ideó en un error humano de su Creación.
Juan, no sé si vas a conseguir leerme esta vez. No tengo duda que conseguirías entenderlo.
Te sigo con la mirada mientras te envuelve una niebla traslúcida, rosada, como el color de las camisas que vestías, con la esperanza que, alguna otra vez, se disipe y pueda volver a abrazarte y sufrir el hueco que dejas entre mis brazos.
Mayo 2022, Jesús Jáuregui Gorraiz
Socio de AULEXNA
Universidad de Navarra